El
perro del almacén de palés
ladra
cuando pasas frente a la valla.
Es
un mastín que ladra desde el suelo,
tumbado
bajo el sol,
muy
cerca de su estaca.
No
hay fiereza
en
esa voz que lanza para nadie.
No
hay alarma
en
la profunda trinchera de sus ojos.
Hay
campos en barbecho, y ráfagas de tierra.
Hay
un calor de trigo y espejismo.
Hay
noches, que no has visto ni verás,
donde
a cada ladrido
responderá
el inservible brillo de una estrella.
Que
esto quede claro:
las
estrellas no parecen ojos,
ni
de divinos jueces son testigos.
Y
también es inútil tu mirada.
Tú
tienes una voz prestada, y él, un aullido sin respuesta.
Y
estáis, los dos, muy dentro del silencio,
clavados
en el centro de mil hectáreas de silencio y vallas.
Y
sin embargo, calculas, como humano y racional,
la
distancia entre el perro y la estaca.
Necesitas
ese número que alguien dijo una vez
en
el mostrador de una ferretería:
déme
cuatro metros de cadena.
Recuerdas,
porque eres descendiente de los griegos,
la
fórmula del área de la circunferencia.
Pi
por el radio al cuadrado.
Luego
el perro, dada la longitud de la cadena, que es el radio,
tiene
una superficie vital de 16pi metros cuadrados.
El
perro del almacén de palés
ladra
mientras calculas delante de esta valla.
Sigue
ladrando sin rabia, sin voz,
desde
una circunferencia real e imaginaria,
Y
tú quieres seguir inundando de números el desierto.
Calcular
ahora los años, cuánto tiempo
lleva
el perro ladrando desde 16pi metros cuadrados;
para
multiplicar por 365 y por 24 y por 60,
y
hallar la inabarcable cifra del dolor que va sumando ese ladrido,
y
luego seguir multiplicando hasta dejar de ser humano,
hasta
que los números se ovillen de cansancio.
Te
gustaría saber, porque perteneces a la gran cadena humana,
que
parcela, calcula y progresa,
si
preferirá el mastín girar en el sentido de las agujas del reloj o
en el contrario.
Pero
también sabes que no importa:
El
sentido de las agujas es siempre clavarse en el tiempo y la
conciencia.
Lo
que sabes, tras los números, es esto:
el
ladrido del perro es una bóveda cansada
bajo
la que se resuelven, con indiferencia,
viejas
controversias de geometría, de alquimia,
del
alma de los indios, las mujeres,
los
perros, los ángeles y demonios,
así
como la historia del hombre en estos campos.
Donde
tú eres eslabón,
e
innecesario.
Te
gustaría pensarte bajo el sol como una estaca.
Y
que sean tus ojos la cadena,
y
el perro el dios donde termina el mundo.
El
alcance de tu mirada pi metros cuadrados
es
el círculo de lo humano, antes de que empiecen
a
tensarse en tu lengua los ladridos.
Y
también hay cosas que no quieres imaginar.
Porque
eres humano,
heredero
de una larga estirpe de cobardes.
Me
refiero
al
mostrador de la ferretería,
al
sonido de las monedas, de las cadenas,
y
al eco de la estaca
mientras
era clavada en una tierra
que
no era todavía el centro de ninguna circunferencia.
Me
refiero,
sobre
todo,
a
la incondicional alegría del mastín,
una
vez cada dos semanas,
cuando
se abre la puerta de la valla.
Diego Sánchez Aguilar. Animales entre animales. Raspabook Ed. 2014
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