El suicida tímido
Había una vez un suicida tan tímido que, asustado por las
previsibles y rimbombantes consecuencias que su muerte
depararía, decidió morirse de a poquito.
Y así, un día se mataba una mano, otro día se mataba un
amigo. Al día siguiente se quedó calvo y al poco enterraba a
su perro. Después perdió los dientes y la vista.
Trazó su plan con tal perseverancia y minuciosidad que
el día de su suicidio todos pensaron que había muerto de
anciano.
De la necesidad de los enemigos o diario de un funda-
mentalista demócrata
Intentando evitar enemigos eliminé de mi vocabulario las
expresiones sentenciosas, las palabras tajantes y las ideas ina-
movibles. Soy tolerante, borroso y dialogante. Los aspirantes
a ser mis enemigos huyen desconcertados ante mi cintura
esquiva. No tengo enemigos. No sé quién soy.
La rana y el tigre
La rana en su alborotada huida cayó en una cueva húmeda y
oscura. Al instante las paredes de la cueva empezaron a segre-
gar un ácido abrasador que amenazaba con disolver su cuerpo.
La rana comprendió, entonces, que aquello no era una cueva,
sino el estómago del tigre. Aun así no intentó escapar. La rana
recordaba que fuera acechaba una fiera temible.
Ramón Santana. Presupuesto sin compromiso. Ed. Baile del Sol, 2014
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