Desde aquella nochevieja que murió Betelgeuse hay un sol rojo y enorme
en la noche. Los que lo miran demasiado tiempo se tocan las llaves en
los bolsillos pero deambulan hasta el amanecer por la ciudad sin poder
encontrar sus casas, y al no poder recordar dónde, ni en qué trabajaban,
si es que realmente tenían un trabajo, dan vueltas durante horas por la
ciudad hasta que acaban poniendo rumbo hacia el campo, las montañas o
las playas, muchos sienten un amor
enorme todas las noches rojas, pero incapaces de determinar en quién
habían depositado sus afectos y deseos acaban besando y abrazando a
cualquiera, cuando no copulando a la vista de todos por calles y plazas,
las puertas están abiertas por todos lados, los mendigos pasean
sonrientes con los carros repletos por los supermercados sin cajeras,
muchos empiezan a andar una noche y no regresan, ya no hay casi nadie
que no sufra la fiebre del sol rojo, desde que murió Betelgeuse la gente
vive en un asombro constante y feliz, en una eterna nochevieja
desorientada y extraña, como animalillos perdidos, borracha de libertad y
falta de propósito, ya no son nadie, delgados y brillantes, como avena
loca y fatua...
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