Yo, cuando sea mayor, querré ser
poeta chileno. De la estirpe de De Rokha, Neruda, o Huidobro. De la
de Javier Bello y de la de Yanko González…
. …O de la de Pedro Montealegre
(Santiago de Chile, 1975 - 2015). Su poesía –torrencial, tan directa y
cervical como hecha a golpes, a forjadas de cuchillo, como troceando
la carne sótano del mundo. Pedro Montealegre vivió
en España, casi a orillas del Mediterráneo valenciano, durante algunos años, al amor de su inseparable Manuel, y formó parte de la Unión de Escritores, esa panda de
zíngaros estupendos que se esconde detrás de las conspiraciones de
“Lunas Rojas”, del colectivo Alicia Bajo Cero y del II Foro
Social de las Artes. Algunos lo abrazamos en Moguer, durante los encuentros de Voces del Extremo, que paradógicamente ese año celebraron la Poesía y la Vida con todo su esplendor, y donde Pedro nos cautivó a todos con su verso, con su sonrisa amplia, con su afecto sin límites en una noche de cante jondo y cielo completo.
La editorial Denes publicó su primer libro: “La palabra Rabia”, sirvan sus poemas como el mejor homenaje a quien quiso mucho y nos dejo tan pronto.
Enrique Falcón, Antonio Orihuela
***
Es
la hora. Es la hora. Tracemos el lienzo: dibujemos en marea
–¡tinta
sobre el rostro! –imposible –de la marea. Vivir del espectro
–ser
allí los oscuros –O todos claros: en la boca de lobo
de
la luz. Todos: mal alucinógenos: sello de querubes –lámelo, Lucy
in
the Sky with Diamond. Cocaína
de los espejos. Químico angélico
capaz
de hacer –en el paladar de Dios, nuboso, núbil– imágenes:
niños,
corros
de luciérnagas, padres en corros, proletarios gritando: Risa,
Revolución.
Niños
y golondrinas: ¡Que van ardiendo! –¡Arde, horno –de Bergen
Belsen!
–molestar
con entropía: esta charla de pederasta: escúdame, charla:
asesinado
dragón. Resucitado
perro ¡Qué dientes más lindos! ¿No ves la gloria?,
¿se
reconoce en los dientes? Al revés, tú mismo, ¿ves los dientes?
¿Y
qué gloria es ésta? Raspa, tú, con tu cucharita de plata,
el
marfil ácido de la pared. Dímelo, tú, ¿qué pastilla te comes?
Un
destello de láser: Ah, muero bailando: por un dólar fosforescente,
su
forma de neón –padre, devórale el fémur a tu hijo; mira la
grieta:
es
el hambre, el desierto: arrójate a ella. Niño negro arrojado:
no
es fondo el final, apenas caer: su sola existencia ha desnudado la
plata
–la
forma de la usura cada resto de plástico ¿Cada yo lo es?
¿Lo
es cada tú? Chico dominado ¡Crece! ¡Crece!
*
Hay
uno muerto en la guerra –su herida escribe: Quitar las Dunas
–hay
uno al fondo de una adormidera roja. Se llama ciudad –su teta
destila
una
leche de humo, espesa de uñas –continuo rasguñar
–la
córnea falsa –del poema: si uno muere de hambre ¡Ah, la palabra!
¡Esa
es la palabra! –no logra caber en su propia miseria –un poema es
hambre,
la
letra es consecuencia de la inanición. Yo estoy aquí –¿es pan
otro aquí?– .
Tómate,
tú, esta taza de Té. Tómate tú esta taza fe. Tómate tú esta
taza de sed.
Verás
negaciones, el futuro de tu hijo. Una riada de hijos
–asesinados–
ante El Libro: la fugacidad de su forma, esa inutilidad.
El
diente de una bruja afila un hacha fabricada recién. Por ejemplo, un
obrero
reproduce
una tuerca –la tuerca reproduce lo que sufre él. Tú, reprodúcete,
flor
amarilla ¿Cómo te llamas? Me llamo flor amarilla. Los mendigos
probaron
un
puñado de larvas –momentos antes los han comido a ellos.
Deletreé
lento: i-de-o-lo-gí-a. Una chica negra, deletreada en la ventana,
atrapó
una mariposa –su nocturnidad en un hilo. Hola, mariposa:
yo
me llamo Niña. Me llamo muchachita de vestido azul.
Hola,
nena: tus ojos almendrados: pelo muy fino, hilos de aceite.
Si
hago así con mi dedo, hago el signo –la hoz: si hago así,
otro
signo –el martillo: yo me meo de risa: la sombra chinesca
de
mis manos imitan ¿qué bicho? el colibrí. Un bicho cantárida.
Un
bicho libélula.
*
Estoy
loco. Yo no soy una niña: soy tú: le pregunto al verano ¿bajas de
la sien?:
sangra
un hombre y ¡No! No es: i-de-o-lo-gí-a. Lo dijo mi abuelo
¿es
fondo la idea? Es lienzo –lo profundo no se traza con nada.
Te
hará arder en deseos de huir. Leer es huir: yo leo a Marx
e
incide el verano: Marx es un ángel: cabe, tú mismo,
en
la materialidad de tu letra –Yo soy anarquista –Yo vengo de París
–Marx
envió un telegrama a Hegel: amigo mío, yo me comí, llorando,
la
cal blanca, la pared: una píldora en medio del anapesto imposible:
es
la ciudad en marcha: vi la rosa de la Cábala –se extendía en mi
habitación.
Yo
me llamo lengua de madre –eso dijo la lengua y la niña soñaba.
Proletario
es mi padre –yo te digo: no sabe escribir. Yo me llamo Pedro.
Yo
me llamo tú, dijo el adolescente –la sierpe silbaba al borde del
precipicio
¿le
robaban el prepucio a un niño Pedro, una lengua de tierra,
las
costas de África, el rocío de los diamantes en el bolsillo del
diablo?
*
Yo
te daré esta miel y este mal: ponte ahora a crujir; te daré este
panal
de
abejas asesinas; ponte ahora a cremar y a crujir; mete tus labios
en
la ranura aquélla y di: rajar. Di: despertar
en
otro meridiano –en la aridez de tu cama. Verás un hombre
–troca
en falo a otro–, una mujer rota, su pie en la espuma:
sus
manos son copas. Su materialidad es copa. Dice palabras
¿qué
nombre tienen? En su útero hay niñas –un cisne de celofán,
un
cisne de papel de caramelo rojo – cada 28 días
cambia
el sitio a las urbes. Y tú, allí, con tu máquina de afeitar,
tu
áloe, tu radio irradiando la mesa ¿se trata de la rabia?
No
se llaman muertos –no hay alguna manera. Los ricos son lo otro
–di:
nos termina concerniendo de un modo, asfixiándonos con esdrújulas
llenas
de metal– esas sílabas con que se hace una imagen
–ceros
y unos– fonemas de fuel –arrojada a la playa–
morfemas
de gases invernadero sobre el invernadero
–ínfimo–
de un ojo. Es un ojo y no se llama ballena;
la
pupila es Jonás: grita desde adentro: ¡déjame ir! ¡Déjame ir!
dijo
la muchacha a la otra que la miraba, oh, espejo del gimnasio.
Es
tu currículum: 12 millones 883 mil 827: ¿cómo te llaman,
que
vengo de París? Dime tu apodo al final del trazado.
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