Mientras viví con mis padres
estuve en una nube de algodón,
cuando me independicé
la nube estalló.
Descubrí que el mundo estaba hecho de
cosas
que no podía permitirme,
ganaba lo justo para comer
y pagar el alquiler,
pero hablaba del periódico donde
trabajaba
como si fuera mío.
La política nunca me había
interesado,
en el colegio nos dijeron
que los comunistas
no eran libres,
que llevaban todos la misma ropa
y que aunque trabajaban como bestias
nunca tenían nada,
así que prefería a los empresarios
que me invitaban a sus fiestas,
con veleros y casas
que todos querrían tener.
No tenía ni un duro
y tal vez por eso adoraba el dinero.
Entrevistaba famosos, futbolistas,
políticos,
gente a la que le iba bien
o que había que entrevistar para que
les fuera bien,
mientras yo vivía al día
y andaba siempre a la cuarta pregunta.
Con la crisis el periódico cerró,
la farándula se estrechó
y yo, aunque recibía las migajas de
todo esto,
me quedé fuera.
Pasé unos meses en el paro para
desintoxicarme,
después, ante la falta de
perspectivas,
comencé a ir a las concentraciones en
las plazas,
conocí gente como yo
que antes me había pasado
desapercibida,
me encontré con una mujer
a la que le habían caído tres meses
de cárcel
por robar pañales para su hija recién
nacida,
yo había escrito sobre ella
con la misma asepsia que sobre el
indulto a un banquero.
Sufrí el acoso de la policía
a la que tantas veces había enaltecido
frente a los alborotadores.
Descubrí hechos y cosas que quebraron
mis certezas sobre la libertad,
sobre el orden social,
sobre la inteligencia de los seres
humanos.
Llegué a un punto en que no me creía
nada,
ni siquiera a los que se reunían en la
plaza,
todo el mundo estaba enganchado a algo,
todos estaban allí porque querían
seguir siendo clase media,
yonkis del consumo, del éxito, de la
normalidad,
gente como yo, esperando volver
a algún periódico donde escribiría
que lo peor ya había pasado,
que de nuevo todos seríamos felices,
y la gente se lo creería
y serían felices por decreto,
porque lo habían dicho los medios de
comunicación.
Desde luego no era mi plan, pero
¿cómo se mueve, cómo se cambia algo,
si parece todo tan bien atado?
No lo sé,
pero ahora, al menos, tengo claro que
la vida
es como un autobús,
puedes ser pasajero o conductor,
no sé donde quiero ir
pero sé que quiero conducir el
autobús.
Antonio Orihuela. El amor en los tiempos del despido libre.
Fotografía de Juan Sánchez Amorós
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