Hace
cien años nos poníamos en huelga
antes
que dar comida en mal estado
en
los restaurantes económicos en los que trabajábamos,
preferíamos
perder el trabajo
a
envenenar a nuestros hermanos.
Hoy,
para que nadie se lleve la comida caducada,
abrimos
los productos y los rociamos
con
amoniaco, lejía o friegasuelos,
la
cosa es que si no se han vendido
tampoco
aprovechen a nadie.
Son
órdenes de arriba, nos justificamos,
no
queremos perder el trabajo,
de
Mercadona nadie se aprovecha
dicen
los que nos mandan.
La
hija, la mujer, el propio Enrique Caño, ya saben
hasta
qué punto se cumple
con
la política de la empresa.
Antonio Orihuela. El amor en los tiempos del despido libre. Ed. Amargord, 2014
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