Pienso en el número de ricos que hay en
España,
no llegan a noventa mil, dicen los
periódicos,
sin embargo, cómo es posible que noventa mil
personas
sean capaces de convencer a once millones
para que voten por el PP
y a siete millones para que voten por el
PSOE.
Cómo es posible que noventa mil personas
sean capaces de convencer a cuarenta y seis
millones
que deben trabajar más por menos dinero,
que deben renunciar a la educación, la
pensión
y a la sanidad,
y a la sanidad,
que deben pagar impuestos que los ricos nunca
pagarán.
No dejo de darle vueltas, de buscar una
explicación,
sí, es cierto que vemos cuatro horas diarias
de televisión,
que nuestros únicos intereses son el piso,
el coche y los electrodomésticos,
que vivimos en un estercolero mental y moral,
que la gente vive de doblegarse a los
poderosos
y engañar a los débiles,
que no tenemos ni una sola universidad
entre las ciento cincuenta mejores del mundo,
que ¼ de la población está en el paro
y esa misma cantidad solo se moviliza si
ganan al fútbol,
que en este país las personas brillantes
provocan recelos,
que la creatividad y la independencia
son marginadas y sancionadas,
que hay miles de jóvenes buscando una plaza
en GH
o en Operación Triunfo.
La verdad no necesita mártires, es cierto,
está ahí, no hace falta que nadie la
defienda,
no valen excusas, no permanece opacada por la
televisión,
cualquiera que quiera la verdad
no tiene que ir muy lejos para encontrarla
a lo mejor por eso nadie se mueve.
Sí, parece que esto es lo que hay,
aunque no por eso uno tiene que aceptar que
el retrato robot de la sociedad española
esté hecho de jerarquía, autoridad y
docilidad.
Si hay alguna crisis
es, desde luego, la de los mansos
y me temo que no van a heredar la tierra.
Antonio Orihuela. El amor en los tiempos del despido libre. Ed. Amargord, 2014
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