Calculando el
punto medio
entre mi ombligo
y la Luna
me encontré con
un lugar vacío
desde donde
podía contemplar
el pelícano
muerto
cubierto de
negro chapopote
a orillas de una
playa
en otro tiempo
añorada
por la tibieza
de su arena
y la pureza de
sus aguas
No pude hacer
mucho
sino contemplar
aquel vacío
que nos deja
esta vida
empeñada en el
pedaleo inútil
en una caja de
Skinner.
Lilith, abuela
del mundo,
consuélame en tu
regazo
cantándome al
oído
la antigua
canción
que resonó en el
amanecer del mundo
Un nudo ceniciento me
asesina,
existe aquí,
recóndito, profundo,
y no sé si me salvo o
si me hundo
adentro de su maña
repentina…
Ya tan poca, tan
desesperanzada
que cuando escucho la
palabra nada
quedo apenas sobrando
pues soy menos.[1]
Manuel Martínez Morales
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