La amada abolida frente a un fregadero sucio,
la amada abolida disfrazada de guerrillera kurda,
la amada abolida rodeada de estalactitas
que crecen más rápido que sus uñas,
sitiada por ilusiones ópticas
que la someten a las obligaciones del yo.
A su lado
el espectro de un violador,
de un maestro de escuela,
de un peluquero trágico,
la obligan a ir vaciándose de realidad
pues todo
lo que la reconstruye
por medio de lo que es medible,
a saber:
su salario mínimo interprofesional,
su concentración de oxitocina en sangre,
por medio de lo que es pedagogizable,
a saber:
su forma de parir,
sus coitos sin cortesía,
por medio de lo que es punible:
a saber:
sus partos clandestinos,
la desescolarización de sus propios hijos,
la convence para que aspire a ser, aunque no quiera, el espejismo aseado.
***
Ella aparece ante mi cama con un aro sellado.
Lo bueno de ese aro sellado
es que en él están escritos su número de identificación
y su fecha de nacimiento.
De modo que sé que puedo entrar en ella.
Yo entro en ella.
Yo abro la puerta.
La recuerdo que va a tener un tutor.
Le robo diez minutos.
Su menstruación marcó unas fechas.
La beso al empezar y otra vez poco antes de que acabemos.
Durante ese intervalo de tiempo
procuro alimentarla de la mejor manera posible.
Al acabar yo la debo abrazar.
Yo lo tengo que hacer.
Después dejo pegado un posit en su cuerpo.
Yo la tengo que devolver vacía.
Yo lo tengo que hacer, yo
la tengo que recordar vacía pero
qué me entrega en su lágrima,
qué oculta,
qué retiene
la gran lágrima industrial,
confunsional,
fractal,
inesperada
de la amada abolida.
A la luz de la caza de brujas
Observo un interminable desfile
de mujeres proletarias
violadas en pandilla
bajo el consentimiento estatal del siglo XIV.
Observo
un lúgubre carruaje
que trasporta miles de sanadoras,
matronas,
y curanderas
juzgadas
por científicos,
médicos,
y tribunales civiles
condenadas
y
encarceladas
en nombre de la Ilustración.
Más aún: despedazadas
en nombre de la racionalidad
y el empirismo.
Más aún: carbonizadas
bajo el consentimiento
de jueces seglares y eclesiásticos.
Desde su altar de sacrificios
yo
escupo en la cara de esos hombres.
Pero he aquí
que los fragmentos perdidos de todas esas mujeres
en las últimas etapas de la cadena de montaje,
en esta última fase de bombardeo sígnico ininterrumpido
en este último periodo agónico de la modernidad,
se reciclan simbólicamente,
se restauran alegóricamente
puesto que los gestores de su sexualidad
necesitan de su fuerza de seducción.
Sus codos, vientres, pómulos,
desfraternizados
se reensamblan,
en una fábrica de hielo,
lejana,
insostenible.
Datos biográficos.
Un perfil personal.
Un video-currículum.
Una actriz disfrazada de enfermera.
Un gangbang filmado en un garaje.
Al pulsar sobre ellas se amplían.
Requieren de nuestra colaboración;
basta con que marquemos
las “estrellas” o el “me gusta” de la parte inferior.
Si pinchas sobre sus pezones con el botón derecho
sale “Guardar”.
Todo levísimo y grotesco.
Se pueden calificar de 1 a 10.
Un cabo suelto que grita
para no ser salvado.
Un anzuelo,
un islote.
En realidad, pulsamos en ellas
para sentirnos fuera de este mundo,
para seguirlas desnudando,
mutilando,
desmenuzando.
Pero además
un viejo orden subsiste en su organismo.
Ellas mismasexigen una química.
Bajo el auspicio de la industria farmacéutica
medicalizan sus coitos
con condones y anticonceptivos,
patologizan sus órganos
con sustitutos dietéticos y cremas antiarrugas,
serenan su pensamiento
con tranquilizantes y antidepresivos.
Todo ocurre
en lo más recóndito de sus cuerpos
sometidos a supersticiones médicas y a estafas.
Su conciencia siempre se planifica.
Su significado siempre se negocia.
Ayer y hoy
se la diviniza
al quemarla,
ayer y hoy
se la desarma
al protegerla,
ayer y hoy
se la segrega
al engalanarla,
ayer y hoy
se la descifra
al medicarla,
como artefactos cautivos
del capital global,
como precondiciones imprescindibles
para la descomposición social perpetua.
Vicente
Gutiérrez Escudero
Poemas
del libro "La mujer abolida" (Editorial El Desvelo, 2017)
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