Cuando muere un
poeta no pasa nada, apenas ni nos damos cuenta,
ni la lluvia
queda quieta,
ni las estrellas
se descuelgan,
ni los niños
dejan de jugar a la rayuela.
Nada. No pasa
nada.
Todos los días
nos morimos.
Limosneros de pan
y de ternura,
dejamos la vida
como si tal cosa.
Como dejamos los
poemas sobre mesas,
o en paredes o en
plazas donde se amontonan
las huellas de
los besos y de las quejas.
No pasa nada
cuando nos morimos,
porque somos
muchos muriéndonos clandestinos,
en lugares
sombríos de humanidad,
porque somos
tantos,
tantos los poetas
que vamos muriéndonos
huérfanos,
errantes, solitarios.
Amados desde
distancias remotas,
odiados por tener
voz y estrofas,
aislados en un
mundo hostil que
nos lleva de
cabeza.
Nada pasa, nada.
O sí pasa.
Ocurre que si
muere un poeta
cerca del fuego y
de las lágrimas,
cerca de la
sequía y de las guerras,
cerca de la
memoria y de las picanas,
la muerte
secuestra una garganta insomne.
calla la voz
vigilante de quien quiso vivir en pie,
en paz,
eternamente.
***
Yo
acuso
Yo
acuso al presidente y a sus ministros de masturbar los financieros
de los amos.
Yo
acuso a los sindicatos de ser perros falderos, les acuso de dilatar
las protestas en el tiempo, les acuso de querer convertir los gritos
en susurros, la pobreza en una cifra, la protesta en un desfile de
becerros.
Yo
acuso a los periodistas de limpiar con sus lenguas bífidas la
ponzoña de su desvergüenza.
Yo
acuso a los intelectuales, artistas, escritores, de mirar para otro
lado mientras intereses besan las manos flojas de los tiranos.
Yo
acuso a los empresarios, mafiosos y codiciosos, que compran carne
humana y la destrozan en las fábricas, en los andamios, en el paro.
Yo
acuso a los banqueros de ladrones, traficantes, blanqueadores de
sangre.
Yo
acuso a los ejércitos, sicarios con nómina de una sola bandera, de
esparcir masacres por unas monedas.
Yo
acuso a las multinacionales del dolor de convertir la salud en
mercadería y a los enfermos en adictos a sus píldoras y a los
empobrecidos en gentes sin cura posible.
Yo
acuso a los curas y monaguillos de perpetuar la gran farsa, de
instigar a la resignación para sentarse mientras tanto a la
derecha del terror.
Yo
acuso a los jueces, a los fiscales, a los tribunales, que torturan la
justicia hasta dejarla moribunda.
Yo
acuso a todos, les acuso con estas manos pequeñas, les señalo con
estos dedos de poeta, en estos versos atrapados por la rabia.
Les
acuso de tantas cosas que no me alcanzan las palabras, les acuso de
cada uno de los desahucios, de cada uno de los saqueos.
Les
acuso de la miseria, de las pestes, de las corrupciones, de los
terrorismos oficiales, de las demencias, de las picanas, les acuso de
repartir miedo e indiferencia, les acuso de la mano dura, de la
complicidad de sus silencios, de la manipulación, de la represión,
de vender realidades ficticias, de crear la industria de la
violencia, les acuso de esterilizar las utopías, de inventar
coartadas, les acuso de intentar barrer las calles de alegría, de
intentar violar todos los sueños, de vivir por y para el crimen.
Les
acuso sí, les acuso con mis versos, les digo a todos los bandidos
que aquí estamos, con el pecho al descubierto, aquí estamos,
clavados en la tierra,
Aquí
estamos, apresurando el paso,
camino
de un mañana sin tinieblas.
Aquí
estamos, sin callarnos,
con
nuestras vísceras ardientes,
con
nuestros temblores controlados,
Aquí
estamos
con
el corazón atento,
aguardando
el momento.
Aquí
estamos.
Silvia Delgado. En Muturreko Ahotsak. Voces del Extremo. Loturaren Poesia / Poesía del Vínculo. Amargord Ed. 2017
Fotografía de Ramón Masat
El tricorneado corchete guarda notable semejanza física con Mohamed VI de Marruecos.
ResponderEliminary con uno de jabugo 5 jotas que en gloria esté...
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