El pozo
Veo los campos rubios, secos, de final de
verano, de trigo futuro.
Veo esta luz celeste de la tarde, de principios
de otoño.
Veo el atardecer de mi vida antes de ingresar a
la noche oscura del alma.
Siento crepitar en mi interior una algarabía
semejante al acostarse de los pájaros al atardecer.
Siento como una lejana letanía que pugna por
hacerse oír.
Quiero asomarme al pozo y ver lo que hay, ya
que de pequeño nunca me dejaron hacerlo.
Ahora ya soy mayor. Y veo luz, hay luz, mucha
luz.
Siento dentro del pecho cómo éste se ensancha
con cada respiración. Siento que si paro en la cabeza el continuo discurrir del
lenguaje y sus pensamientos, puedo volar hasta aquella colina y ver qué hay más
allá. Parece que el horizonte se cerró hace ya tiempo y sin embargo ahora estoy
dispuesto a reconocerlo e ir más allá.
Redundo palabras jalonadas de viento,
vomito zarzas de espinas adentro.
Siento cuánto me alejo de mi corazón enfermo,
más lo oigo y vuelvo a escucharlo como un
susurro del viento.
Desaprenderse de uno mismo
Actualiza
tu relato vital,
deja
de contarte penas.
deja
de mirarte en el espejo de los demás.
No
estés tan pendiente de la aprobación o reprobación de los demás.
Es
momento de potenciar relaciones con personas con las que sintonices de veras y
que sean fluidas.
Aceptar
cuándo se ha cumplido un ciclo más allá de intereses maquillados, conveniencias
y connivencias.
No
centrarse tanto en los demás, ni tratar de controlar cómo actúan o de
comprender por qué lo hacen, es absolutamente inútil.
Aprende
a que no te afecten las palabras o las acciones de otros.
Pregúntate
lo que realmente es importante para ti y después ten el valor para construir tu
vida alrededor de tu respuesta.
Desaprendiendo
Me
siento en el jardín,
levanto
la cabeza y la echo hacia atrás,
de
tal manera que pueda aspirar por la nariz, finamente, despacio,
para
poder percibir todos los olores, todos los aromas,
para
poder sentir la humedad que trae el aire.
Escucho
el canto de la oropéndola,
y la
visualizo amarilla, como una flauta,
por
entre el follaje del lago.
A mi
lado tengo un viejo olivo y lo contemplo,
veo
como, a estas alturas del estío,
las
aceitunas van engordando,
qué
bonita es la aceituna verde,
que
oronda y tranquila pende.
Mientras,
a veces,
una
leve brisa mañanera, fresca y sutil,
me
acaricia la cara, recordándome que es domingo.
Los
gatos, gatas y gatitos evolucionan por el césped,
aunque
casi dormitando.
La
jornada nocturna ha sido larga.
Y yo
mientras, aquí estoy, sentado.
Contemplando,
viendo
cómo el atardecer de mis días,
prosigue
cargado de sueños, de esperanzas, de frustraciones.
Viendo
como el discurrir del tiempo,
solo
ha cargado más y más mi mochila, con una pesada carga,
que
ahora quiero soltar.
Porque sigo desaprendiendo…
Desaprendiendo
lo que me han enseñado desde pequeño.
Desaprendiendo
el sistema de creencias en el que me muevo cada día
y
por el que discurre mi vida,
como
si de una autovía se tratara,
llena
de señales que indican constantemente, hacia donde debes dirigirte.
De
la que solo se puede salir cada tantos kilómetros
y
una voz en off muy cortés te anuncia:
“A
cien metros tome la próxima salida.
En
la rotonda salga a la derecha.
Después
gire a la izquierda otros cien metros”
Desprendiéndome
de mis “quehaceres”.
De
mis “deberías hacer esto y aquello o lo de más allá”.
Desaprendiendo
al amor,
soltando
lazos,
ensanchando
límites.
Y,
sin embargo, leo con Pessoa:
“Mi
alma es una orquesta oscura,
una
brisa de atención recorre mis alas,
Soy
un señor de los bosques, al borde del acantilado”
. .
.
Esperando
el tren que ha de pasar.
No
sé ni cuando,
ni
dónde,
¿Ni
para qué?
Un punto de locura
Abro
la ventana del patio trasero y me asomo a la mañana. De repente un par de
gorriones anda zigzagueando el uno detrás del otro. Ahora veo a un palomo con
su inconfundible marca en el cuello. Quizás azuza a una paloma pero esta se va
con el viento fresco de la mañana. El palomo se queda dando saltos sobre el
tejado y ahora es un mirlo negro el que aparece en escena. Este solo está
preocupado en picotear aquí y allá. Observo como el palomo con su buche
hinchado sigue picoteando por entre las rendijas del tejado, un gusanito aquí,
una semillita allá.
Quiero
hacerme a esta sociedad. Integrarme, ser como los demás. Regido por sus mismas
leyes, tener sus mismas perspectivas, hablar su mismo lenguaje. Ahora que
siento que me estoy haciendo mayor, ahora que sé que no soy alguien especial,
ahora que doy gracias diariamente por lo que tengo, por lo que he conseguido y por
todo lo que me ha traído hasta aquí y ahora.
Ahora,
precisamente ahora, echo de menos un punto de locura en mi vida, locura para
amar sin fronteras sin prejuicios sin filtro ni máscaras que obstaculicen mi
entrega.
Locura
para salir corriendo aunque sea para ir en pos de ninguna parte, locura para
volver a hacer sonar la música de mi corazón apagada por los entresijos del
tiempo.
Locura
para actuar sin pensar, solo siguiendo el impulso de mis instintos, moviéndome
por los dictados de mi corazón.
Locura
para volar libre como un gorrión de aquí para allá persiguiendo una quimera.
Un punto de locura, en definitiva, que me
devuelva a la vida de una manera plena, con una intensidad renovada, sin
esconder quién soy en realidad. Lleno de fuerza, de vitalidad, de alegría,
aportando mi semilla para hacer de este mundo un lugar un poquito mejor para
tod@s.
Rafael Santana. Palabras nacidas de la espuma.
@palabrasnacidas #palabrasquecuran #palabrasdeespuma
Antonio Orihuela, muchas gracias por "lanzar esta flecha de paja". Que las espumas del mar que nos vio nacer nos rieguen con sus bendiciones.
ResponderEliminarAsí sea estimado Rafa!!
ResponderEliminarQué placer leerte y reconocer tu arte, tu libertad, tu mirada en el infinito.
ResponderEliminarAbrazo