Muy niño, de vacaciones en el pueblo,
un amigo llegó presumiendo de juguete:
una carabina.
¿Subimos a la sierra a pegar unos tiros?, me
dijo.
Le acompañé sin ganas.
Y no sé por qué, ya de vuelta,
se la pedí un momento.
En lo alto de un chopo cantaba un petirrojo.
Sin querer apunté. Disparé
sin querer.
No evité
lo que estuvo en mi mano,
lo que quiso mi dedo.
Desde entonces
veo caer petirrojos.
Si compro calcetines a precio de sobra,
con la resaca de los naufragios,
cuando mis sobrinos juegan a matar enemigos,
en las reuniones del Fondo Monetario
Internacional,
mientras un vecino rebusca en la basura,
bajo las bombas en Alepo,
cada día,
a todas horas
veo caer petirrojos.
Ritxi Poo. En Muturreko Ahotsak. Voces del Extremo. Loturaren Poesia / Poesía del Vínculo. Amargord Ed. 2017
Fotografía de Juan Sánchez Amorós
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