Cuelgo
el teléfono.
Mientras
cierro la maleta veo la fotografía
del
Voramar en septiembre, inclinados
sobre
la balaustrada, como interrogantes,
la
postal de José Luis, donde cumplir años
es
una atrevida cuenta atrás en el pantone,
Picasso
y Jacques Prevert separados por una colilla,
la
polaroid de Daniel, un electrocardiograma, pienso,
donde
estuvo su corazón y ahora no está,
Jack
Kerouac de pie, sus fardos en el suelo,
necesitado
de gasolina, de que el tiempo se detenga,
una
carta de Jesús en Túnez -”nos unen los mitos,
el
abandono, la ilusión sin ganancias”-,
la
pluma de pavo real, un paréntesis lapsilázuli
que
repta por la pared blanca,
el
cielo de Marruecos y mi hermana pequeña,
luego
la fotografía de mis padres,
él
con la rodilla levantada, el pie izquierdo
sobre
la repisa del porche, gesto que recuerdo
de
agnóstica convicción, de humildad zen,
ella
evitando la cámara, realista mujer de novela rusa,
diez
o doce lápices al menos,
el
último mechero robado, la última idea robada,
estoy
tomando aire, resoplando sobre los libros,
el
viejo Baudelaire, el viejo Pessoa,
tengo
en las manos las llaves, aún frías,
me
voy hacia la puerta, una casa como todas las casas,
todas
las habitaciones donde he dormido,
creado,
destruido, arrastrado, sembrado,
sin
que importe el color, el idioma, las horas,
os
miro de reojo,
sé
que he pasado otra vez y os he rozado,
lo
sé muy bien,
minutos
de mi vida que se hacen luces de cruce,
apenas
un instante,
con
minutos de otras vidas, alejándome ya,
esos
pasos que oigo afuera,
sea
afuera el corredor oscuro o el mundo encendido,
pasos
que quizá son el eco de mis pasos,
o
quizá el rumor del mar en mis oídos,
o
el sonido de mis huesos, cascabeles de bufón
que
amansa a las fieras del olvido.
Suena
el timbre. Lo oigo sonar varias veces.
Permanezco
un momento de pie, aturdido,
en
medio de ningún lugar, en ese umbral que separa
lo
que ha sido de lo que podría ser,
no
miro atrás, no es necesario mirar atrás.
Lo
que no has hecho nadie lo hará por ti,
lo
que hiciste quedará en tu memoria
como
una sucesión de intentos por ser mejor.
Cojo
la maleta y contesto la llamada.
Mis
piernas se mueven porque es inevitable.
No
es tiempo de elegir, es tiempo de buscar.
Cierro la puerta y sin embargo siento
que ya nada me separa de mi historia personal.
Nada empieza aquí o termina allá,
no doy la vuelta a la llave ni vuelvo
la vista atrás.
Cierro la puerta y sin embargo siento
que ya nada me separa de mi historia personal.
Nada empieza aquí o termina allá,
no doy la vuelta a la llave ni vuelvo
la vista atrás.
Fernando
Garcín
En Hey! Jack Kerouac. La huella beat en la poesía en lengua española. Colección Oveja Negra. 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario