No siempre hay enorme exilio lejos
de ti.
A veces sí,
pero no siempre.
Vuelvo a Londres,
donde un día fui feliz y acaso
joven,
todo lo joven que puede llegar a ser
un orangután asustado.
Allí conocí a Arantxa,
que luego murió en un verano
inconcluso,
mientras junto a otra chica yo veía
una peli de piratas
(la tengo condenada, a esa película,
como si fuese la culpable
de aquella muerte, sólo porque yo la
estaba viendo mientras ella
moría y moría).
¿Sabes?
En Sarajevo está la avenida de los
francotiradores.
Yo estaba también en Londres cuando
la inauguraron.
Cada mañana disparaban sobre la vida
indecisa
mientras desayunábamos té con leche
cerca de Hampstead Park,
donde se ve la urbe como un sueño
imposible.
Al final todo es imposible,
o se rompe.
¿Cómo decirlo?
Los parques no llevan a ningún
sitio.
Las avenidas no llevan a ningún
sitio.
Las vidas no llevan a ningún sitio.
Eso va siendo todo, amigos:
pintas de cerveza,
deseos rotos, memoria,
y la sucia certidumbre de que no se
regresa.
Pedro Saéz Serrano. Las dudas del francotirador. Ed. Calumnia, 2018
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