Cuando
en la mañana aún la luz es tibia
suenan
los acelerones del camión de la basura
y
el olor a asfalto mojado de las máquinas que riegan el suelo urbano
El
lobo estepario deambula
por
las solitarias calles con las fauces abiertas
mientras
las farolas bailan con sus propias sombras un tango indefinido
y
suenan aún los ritmos rockeros de algún cuchitril que permanece
abierto.
Pero
el lobo estepario surfea sobre olas de ginebra
con
efervescencias de amarga tónica.
Anda
de caza con la mirada perdida y la brújula desorientada
buscando
un norte que no acaba de encontrar.
Suenan
lejanos quejíos de un poseso del flamenco callejero y nocturno
y
la dama gris de labios rojos
se
sienta en el bordillo de una acera interminable
apurando
las últimas caladas de un cigarro efímero
y
sosteniendo en la otra mano levantada el sueño quimérico
de
un ron añejo anegado en suspiros que no van a ningún sitio,
ni
nadie se molesta en escuchar.
Ambos
se huelen y aman el tacto de la carne hambrienta
y
no desean el triunfo ineludible de la luz
porque
anhelan la victoria de la noche oscura
donde
se sienten más seguros cuando salen de acecho
y
las farolas andan empeñadas en bailar con sus sombras.
Se
sientan el uno junto al otro
y
se miran con necesidad y displicencia,
se
buscan los labios con ansia desmedida
Y,
como autómatas, se levantan de forma extrañamente sincronizada.
Se
pierden a lo lejos mientras el sol se encumbra
y
se pierden, entrelazados, buscando una sombra que los oculte
hasta
que de nuevo aparezca la luna y vuelvan a la calle
con
el hambre primitiva y originaria de los seres desnudos
Javier
Sánchez Durán
“Versos
de un viajero confuso” Ed. Niebla
Somos animales vialácteos.
ResponderEliminarLa pasión elude por unos instantes nuestra fragilidad.