“El embrión, en las
dos últimas semanas,
apenas ha crecido”,
comentó el ginecólogo,
mientras nos enseñaba
las maneras de sacarlo
del útero, agarrado a él
tras aquel chorrazo de semen
del que brotó un milagro
que no ha llegado ni a feto.
Nunca sabré tu cara;
ni tu sexo.
Si te olerían los pies
o follarías a pelo.
Nueve semanas y pico
generando ilusión,
entre parias como yo,
que nunca quisieron ser padres
aunque ya te eche de menos.
Te imagino ahí dentro:
Muerto.
Congelado entre la vida ajena,
como la de tu madre que se agarra
a su hija, mientras yo,
me desangro por este bolígrafo.
Mi llanto no te valdría de nada,
aún sin cerebro ni planes,
incrustado a un útero
convertido en tu ataúd.
Camino por las calles llenas de tipos
que un día fueron embriones
además de fetos.
¿Habrías estudiado?
¿Amado a Nietzsche?
¿O admirado a todas las nubes del mundo?
Hace tres días, en Córdoba,
soñé que te llamarías Cid;
soñando con el destino
cuando ya debías estar muerto.
¿Se despide un embrión de la vida?
¿Acaso no te escuchó ni tu madre?
Porque yo, por mucho que puse la oreja
y besé su vientre, en sí tu casa,
sólo inventaba conversaciones,
pataditas y demás idioteces.
Entraste a través de mi esperma,
y saldrás ensangrentado
a través del coño de tu madre,
cuando seis meses y pico más tarde
habrías sido jaleado,
mientras hoy, navegas congelado
esperando el cauce de una menstruación
que te arrastre hasta la taza
de un váter cualquiera.
El dolor es menos intenso
sin una cara.
Pero mi pena
alarga este poema,
primero y último
a la memoria
de un embrión
que no llegó ni a feto.
Me despido ya, Cid,
digo embrión,
digo poca cosa,
digo ilusión.
Tu madre agarra a su hija.
Yo, me miro la polla,
con la que disparé esta ilusión
que sólo ha valido
para este triste poema.
Al menos no mediará una lápida
entre tu forma y mi llanto;
entre tus nueve semanas
y la necrológica del ginecólogo.
Habría dado, para que lo sepas,
de todo lo que dispongo
por enseñarte a leer.
Joaquín Campos. Poeta en Pekín. Ed. Renacimiento, 2020
Fotografía de Juan Sánchez Amorós
Impresionante poema a la paternidad verdadera, esa que está hecha de ingredientes como la ilusión y el deseo. El deseo de enseñar a leer. Un feto inconcluso más amado que muchos hijos. Un no-padre que tenía tanto que decir que no llegó a serlo.
ResponderEliminarLa verda e leido poco de ti ,tiene unos libros maravillosos de los cuales algún día los leere pues los tengo todos,pero este poema con tus cosas me as llegado al CORAZÓN gracias besoooos tu j.c.r. Besoooos
ResponderEliminarPosdata,Esperó que pronto nos podamos comer unas buenas comida y unos buenos vinos con nuestros familiares muchos besoooos nos veremos prontito besoooos j.c.r.
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