Veo lirios acuáticos agitarse en el instante fijo
de una roca del Pérmico.
Veo a Kidinnú trazar en una tablilla de arcilla
el movimiento anual del Sol y de la Luna
con un error de nueve segundos.
Veo a Hokusai cerrando un álbum que ha titulado
Formas de
abrazar.
Veo a Cristóbal Colón quejándose a los Reyes
Católicos
de que después de veinte años de servicio
no tiene en Castilla ni una sola teja bajo la que
guarecerse.
Veo a unos franciscanos construir con barro y
enramada
la misión de Ntra. Sra. de Guadalupe del Paso del
Norte
para el adoctrinamiento de indios piros y mansos.
Veo a unos cordeleros hacer un cobertizo de paja
contra el escenario del teatro romano de Sagunto
mientras cantan seguiriyas.
Veo a Mijaíl Bakunin buscando mantas con que cubrir
a Enrico Malatesta tiritando de fiebre
en un jergón de su casa en Zúrich.
Veo a un niño de la Escuela Moderna
leyendo El
banquete de la vida, de Anselmo Lorenzo.
Veo a Joan Salvat-Papasseit quejándose entre
lágrimas
de que otra vez se ha perdido la huelga
porque los obreros no nos amamos y no nos conocemos.
Veo a Angelita Parrales llorando porque ha perdido
su alpargatita
en el camino de Pinete.
Veo a Tuli Kupferberg saltando desde el puente de
Manhattan
y regresar a la orilla para ser cantado
por la estrellada dinamo de la noche.
Veo a Eladio Méndez
con once años
trabajando de lazarillo en el mercado de abastos de
Mérida,
aprendiendo el precio de la libertad.
Veo a los Weathermen escribir en las autopistas
¡Vietnam vencerá!
Veo a Pandit Pran Nath cerrar los ojos para cantar
el Raga Malkauns.
Veo a David Hammons vendiendo copos de nieve
un invierno muy frío en New York.
Veo los ojos chispeantes y la sonrisa iluminada
de un niño grande y bondadoso llamado Antonio Millán
desbrozando los primeros senderos de la imaginación
sobre un cuaderno amarillo en el pupitre de al lado.
Veo a John Lennon envolver en papel higiénico
su título de Caballero del Imperio Británico
y devolvérselo a la reina.
Veo a Pi de la Serra escribir que la poesía tiene
que ser
como una pala reluciente y gastada
de tanto descargar el carro de las mentiras.
Veo a Antonia Tello trazando con una tiza azul una
línea
sobre la que luego me coge la bastilla del pantalón.
Veo a Fernando Macías enseñándome a hacer un arnés
de rapel
con cuerda en doble y un mosquetón por descensor.
Veo el forro dorado de una gabardina con manchas de
aceite de Vespa
un amanecer en el Sonnos.
Veo a Begoña Abad embriagada con el olor de un
espino blanco
mientras un pájaro de papel hace un nido en su
pecho.
Veo la biblioteca que Ignacio Espina donó a Moguer
en un contenedor azul de reciclaje de papel.
Veo a Dante Medina despidiéndose de media botella de
whisky
en la línea de control del aeropuerto de
Madrid-Barajas.
Veo a Filomena Martín con ochenta y cinco años
acudir por primera vez a un recital de su hijo
en la Casa Grande de Ayamonte.
Veo las cabras y muñecos de madera
que adornan la aldea de Soudes.
Veo a Manuel Maciá con los ojos llenos de luz
una noche en Envigado.
Veo a Platero en la escuela Plan de Ayala
de San Agustín del Bravo en Chihuahua.
Veo las vidrieras de la catedral de Ciudad Juárez
reflejándose en el hormigón duro y gris de la pared
de enfrente
como una metáfora de la frontera.
Veo a Dios por el cristal amarillo
de la iglesia de San José Obrero en San Nicolás.
Veo el rostro violeta de mi abuela Trinidad
en el pasillo de embarque del aeropuerto de
Monterrey.
Veo una legión de fantasmas
en el hotel Casa de la Palma de Puebla.
Veo a unos mazatecas incendiar el mar con sus
ofrendas
una noche de luna llena en las playas de Mazunte.
Veo la bruma bajando de las montañas
como una estampa japonesa en San José del Pacífico.
Veo una herida de piedra en una herida de amor en
Monte Albán.
Veo el árbol de la vida que nos enrama de vid
y racimos de uva en el monasterio de Santo Domingo
de Oaxaca.
Veo una ofrenda de flores para Oyá
en la puerta del cementerio del Père-Lachaise.
Veo la sonrisa de Juana Bedia
detrás de una vitrina del Museo Arqueológico de
Huelva.
Veo a la gente de Trigueros del Valle
declarar vecinos no humanos a perros y a gatos.
Veo unos ojos que se cierran para ver
en Emak Bakia
de Man Ray.
Veo a Ángela Orihuela abriéndose a la luz y llenando
con ella
lo que nosotros vamos perdiendo.
Veo que tal vez la poesía sea la única medicina para
el alma.
Veo que todo está atrapado en una nube.
Veo que yo os soñé
y que habéis sido buenos sueños.
Antonio Orihuela. Disolución. Ed. El Desvelo, 2017
Fotografía de Carmen Lourdes Fdez. de Soto
¡Antonio!
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