XLV
Y en juguetes,
parques, columpios,
tan
solo veo sangre y escarcha.
Intento
tejer mi mano en una rueca
que
viene dejando rastrojos a miles de periplos
para
no pisar un vertedero de grietas y usura.
Porque
ahora todos somos un campo de pesticidas
donde
se siembran personas para que brote
el
mayor número de monedas.
Y yo
también me rindo
ante
el mar y ante la lluvia de alambre.
Y yo
también me rindo
ante
el peso que llevo a la espalda
por
naufragar en medio de países cubiertos
por
estercoleros y vómitos.
Y yo
también me rindo
por
ver unas grietas sujetar en nombre del mercado.
Ahora
que
todo
es podredumbre y nos dirigimos
en
busca de la lápida
que
nos ofrece el último plato
para escuchar a una orquesta con asientos vacíos.
Ahora
que
nos educan para que nunca más miremos debajo de la cama.
Ahora que
todo
es gente aniquilada por un pensamiento ceniza.
Ahora,
busco
en algún cajón toda una memoria de ruina,
toda
una memoria de sombra,
toda
una memoria de grito
y lo
único que encuentro es una memoria blanca,
una memoria
quemada con fuego frígido
que sostiene el vértigo para que ardan todas las bocas del mundo.
Y tal vez, y
aclaro, tal vez,
llegue
el día en que la lluvia
seque
el incendio de todas las maletas
donde
lo único que permanece es el silencio y la mesura.
Y tal
vez, insisto, y tal vez nada,
la
lluvia de nuevo y tan solo la lluvia,
pueda
sujetar esta, la maleta del paria.
Miguel Ángel Pozo. La lluvia que seremos. Ed. Mueve tu lengua, 2020
Ilustración de Laurie Lipton
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