Estábamos
mezclando alcohol y cocaína porque nuestros amigos enfermaban
y se
morían
como
ocurrió antes con padres, abuelas, vecinos
como
ocurrió antes con los ancianos del barrio
los
que poblaban los bancos de madera al lado del contenedor de basura y pelaban
pipas con la dedicación de los orfebres
todo
aquello del incendio interior la autodestrucción las noches llenas de lagunas
los gritos también las carcajadas rompiendo mandíbulas los secretos en voz baja
dentro del cuarto de baño la música altísima las ventanillas del coche bajadas
los vasos rotos por el suelo la necesidad de besar otros cuerpos sin importar
edades ideologías ni siquiera rostros bonitos a la luz de la luna todo aquello
del incendio interior
sucedía
ahora
lo sé
por
la cercana presencia de la muerte y el pensamiento constante de sabernos
fantasmas en un mundo de ausencias
en
un sistema donde ninguna sobreviviría
así
que por lo menos
por
lo menos
estábamos
dejando que la cabeza volase hacia otros lugares donde por momentos dejábamos de
ser hijos de la precariedad el desconsuelo herederos de todas las barreras y
las lamentaciones estábamos mezclando alcohol y cocaína en el maletero de un
coche azul oscuro cuando alguien dijo
mañana me dan los resultados de la biopsia
pienso llegar sin dormir
Ángela Martínez-Fernández. Huracanes en la periferia
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