Sábado
último de agosto en la playa de la Fontanilla,
cien
personas, gente joven, porque la cuesta no es apta
para
todos los públicos.
También
una pareja mayor, como de setenta años,
en
medio de nosotros.
Cae
la tarde, los vemos recoger
y
caminar con paso trabajoso hacia la cuesta,
-de
todas las sombrillas sale el mismo comentario-
van
demasiado cargados,
son
dos abuelos y van demasiado cargados
pero
nadie se inmuta,
solo
un muchacho negro
se
levanta y corre tras ellos,
le
coge al anciano las dos sillas plegables,
la
sombrilla, la nevera, una gran bolsa con ropas y toallas
y
comienza la ascensión.
Nosotros
también nos íbamos,
así
que alcanzo a la señora
y
le pido que me deje ayudarla,
me
da la mesa plegable
y
con un rictus de fatiga
me
extiende la mano para que la ayude a subir.
Se
mueve con dificultad,
vacila
por el estrecho camino de tierra,
la
cuesta es demasiado para ella.
Yo
estrecho su mano, grande y cálida, para darle seguridad,
ella
no habla, pero me transmite
cansancio
y gratitud
a
cada paso.
A
mitad del camino
nos
cruzamos con el chico negro que ya baja,
nos
saluda alegre y sonriente.
-El
abuelo ya está arriba, todo bien, dice Mamadou
con
fuerte acento senegalés.
-Gracias,
le dice, casi sin aire, la señora,
no
sé cómo a mi marido se le ocurrió venir aquí,
esto
no es para nosotros.
-No
se preocupe, yo los vi subir
y
pensé en mi madre, dice Mamadou,
ojalá
alguien la haya ayudado hoy a ella.
¿Tú
eres su hijo?, me pregunta.
-No,
también quise ayudar.
-No
importa, todos somos hermanos, ¿verdad?,
y
sin esperar respuesta comienza a bajar.
Todos
somos hermanos, sí, Mamadou,
se
lo diremos a todos los que os ven
cargados
de bolsas haciendo auto-stop en Mazagón,
se
lo diremos a todos los que en Palos, en Moguer,
no
saben que vivís en chabolas de cartón
escondidos
entre los pinos,
se
lo diremos a todos los que os pagan la mitad del salario
porque
no tenéis papeles,
se
lo diremos a todos
porque
muchos aún no se han enterado.
Qué maravilla.
ResponderEliminar¡Gloria a la poesía social y comprometida!