Rafael Alcalá. De la voz interna de Juana. (Ed. Amazon, 2020)
A esta mujer (Juana I de España), evidentemente maltratada por su
entorno en todos los momentos de su vida, acaso debido a su
hipersensibilidad y su difícil capacidad de respuesta, sólo le queda para
subsistir, el ensimismamiento, el íntimo diálogo con el tiempo y el espacio
lóbrego en que se vio prisionera.
La poesía de Rafael Alcalá, nos ha dejado evidencias, en algunos de sus
libros, de su preocupación por “el otro”. Ello se hace evidente aquí, donde
por medio de la prosopopeya, la metáfora y el dominio del lenguaje, nos
muestra explícitamente la angustiosa verdad de la Reina Juana.
Me permito traer, abigarrados, algunos versos de este hermoso poemario,
que vuela o se sumerge en la Historia, para dejar al desnudo lo más
profundo de la verdad y los sentimientos de una gran mujer:
Sólo quiero su amor, / aunque en humo se pierda repleto de falsía. O este
otro: Ya soy la prisionera de Felipe /¡ciñendo la corona de Castilla!
(Refiriéndose, claro, a “su” Felipe.)
Solamente la música consigue mi equilibrio. (Pocos momentos de
serenidad y de paz encontraría, la pobre.)
Y, otra vez referido a Felipe: No existe mayor fuerza que el amor.
Constatando la falta de cariño de su padre: nada me sobrecoge, ni siquiera
este encuentro / con quien me dio la vida. Ahondando en su propio dolor:
Que mi pena está escrita desde antiguo / en el libro templado de los
tiempos.
Dolorosamente herida por el desprecio de su propio hijo: ¡Creía que ser
madre era subir al trono / del cariño inmortal del hijo poseído!
Evidenciando lo terrible de su soledad: La soledad más recia será mi gran
amiga, y el dolor que ello le causa: Los días son puñales / que traspasan el
alma sin descanso. O éste, igualmente amargo: La desesperación es mi
bandera. Y, finalmente, cito estos versos, aparentemente simples, pero
clarificadores: mientras mi frágil corazón se abrace / al árbol de la vida.
Todo el libro es un compendio de expresiones arrancadas a un alma que él
intuye y percibe sensible y delicada, pero capaz de agarrarse
apasionadamente a la vida y a lo que en ella representa su propia
presencia.
Hoy, en tiempos de lo material y lo meramente estético, merece la pena
dejarse herir o acariciar por estos versos.
Juan Sebastián
1
En Tordesillas,
a principios de marzo de 1509,
aspiro el humo oscuro
del tiempo desmayado
sobre mi forma estéril.
No siento crepitar mi corazón
en la cegada piedra del silencio.
¿Hacia dónde dirijo mis pasos en la noche
siempre eterna?
¿Hacia el alba?
¡No!
¡No hay amaneceres luminosos!
Por las almenas sólo se adentra oscuridad.
Los soldados de guardia son estatuas de hielo.
No tengo corazón, tengo memoria
que se acerca despacio hasta mi cama,
al tiempo
que suena la campana más alta de la torre
tañendo, acompasada,
un profundo sonido de tristeza.
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