Lo llaman amor
Hay que darles a las cosas nombres cortos y sencillos
para que la palabra nos venga a los labios
con obediencia canina,
pero lo cierto
es que les podríamos dar otro nombre
—otro cualquiera—
Boby, Tejo o Lassie, como si fuera el amor una perra
recién parida con las tetas decaídas rozando el suelo.
Da igual el nombre que le demos al amor
el resultado sería siempre el mismo:
Un tímido aullido
mordiéndonos en celo el corazón de la noche.
***
Que fuera una palabra, una letra apretujada entre las sábanas,
puede que eso fuera;
siempre queda algo de los cuerpos
cuando los cuerpos ya se han levantado:
hebras de cabellos, remolinos
de piel de pelos y pestañas
uñitas rosadas añicos de
huesos,
el desamparo de una media en el colchón.
Por tanto,
puede que eso fuera,
lo que nos sobra por la noche de la palabra,
el cáliz de una letra arrugada,
el ala de una mariposa en el dobladillo
—o la veta rasgada y negra de esa ala—
pero qué haría una mariposa en esta cama…
el rastro de sangre de una pulga, eso sí,
puede que eso fuera…
(no es que tengamos parásitos en este amor, ya se sabe
que el revoltijo desordenado de la cama
es el refugio apetecible de los perros)
El derroche sobrevenido de la palabra
se desdice a punto ya de ser dicha
un gemido de sílaba abatida
en la curva torcida al pie de la letra,
puede que eso fuera.
Fuera o no fuera lo que fuera
en verdad apenas se vería: las sábanas
están renegridas
descuidadas
deshilachadas por las costuras literales.
Sólo las arrugas de esta cama mugrienta
por la mañana nos persiguen rostro adentro
debatiéndose con un poema por escribir.
Hago, entonces, la cama,
aliso las arrugas, ahueco la almohada
aprieto un breve gemido de palabra, la señal de la pulga,
la pata de la mariposa (¿o era la veta deshilachada de un ala?),
Ajusto al colchón la sábana raída
y sacudo al suelo una sílaba de tu cuerpo.
Tuya, sí. No será mía:
mis palabras son más rubias y largas...
Nunca salió a la calle sin antes estirar las sábanas de la cama
con la precisión de quien hace las mañanas todos los días,
de quien pone en orden la vida antes de empezar a trabajar.
Una cama bien hecha se merece un verso terminado,
sin derrochar palabras que no riman.
Hay que rescatar el gesto repetido, día a día
como quien cumple con la métrica precisa del poema;
una cama deshecha y descuidada es un lugar peligroso
para acostar el cuerpo, lugar de roturas, ligamentos
un paso en falso, un tropiezo despistado
y se puede torcer
el corazón.
RITA TABORDA DUARTE
En: Tras los claveles. 35 poetas portuguesas 1970-1999
antología. Uberto Stabile comp. Ed. Oveja negra. Cádiz, 2022
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