La abuela de mi madre era una bruja.
Entre otras muchas cosas me mostró
el sortilegio de la lectura,
me enseñó a amar los libros
como quien ama un cuerpo,
a oler los libros sin deseos de capacidad,
como alimento puro y único,
a respetar la belleza de la literatura
y su propia forma: la esencia del arte.
De ella aprendí la entrada al laberinto,
el dialogo pausado con los pájaros,
escalar a las nubes con cuidado,
a llorar al silencio y al lenguaje.
Cuando me miraba sus ojos transmitían dulzura,
nostalgia y melancolía. Susurraba de contemplar,
de atender, de entender, y no conseguía
alcanzar las metas programadas
porque ella era la meta, el incidente
que se convierte en acontecimiento.
De la humildad decía que era indispensable,
como también de la música, la amabilidad
y la delicadeza con los otros.
…
Cuando nací la abuela de mi madre
ya había muerto.
Javier Sánchez Menéndez. Ese sabor antiguo de las obras (Chamán Ediciones, Albacete, 2022)
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