la reunión
—(narra un observador):
El recinto, la Casa, es lecho de vaivenes.
Los estíos continuos envuelven la Esfera y alimentan al hueso.
Los Uno —vivos— van
muriendo —muertos—. Se acostumbran:
vienen se van.
Mientras
tanto
acciones.
Como siembra
se arruinan y renuevan el brote.
Sacian el hambre. Hurgan.
La Esfera: el templo de las hachas, de las perforaciones,
la cavidad del viento, el tazón
rebosante de clavículas que alteran
la felicidad.
Ella:
durmiente, procreada, alzadora de vivos y de muertos.
Ella:
sustancia pensamiento: urdimbre
de tormentas —¿hay
desdicha?— porque
se despedazan
los pulmones
se tienden
como el charco embarrado.
Uno desdobla el índice y apunta hacia la esfera.
Uno vigila el ojo que salpica de lodo a la jauría.
Salivazos de asombro los quebrados: los Uno
despeñarán su fondo
hacia los intestinos de la Casa.
Reorganizadores, mansos de gesto lento.
Los que se van sin ver.
La andadura tribal corriendo en círculo.
Cantando.
Entre el sueño y el ancho
de los ríos —como una sepultura
alejada del rezo—: cadenas de sonido.
Ver-oler-oír-tocar.
Lo nombrado no engendra más inicios.
Intermitentemente
aúlla la luz.
Los Uno se ladean.
¿Qué puede estar pasando?
Lola Andrés. De uno. Ed. Contrabando, 2022
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