documentos de pensamiento radical

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martes, 15 de noviembre de 2022

10 poemas de DE MAGOS Y MINEROS (una historia de Plutón) de Matero Rello


 

 

Emporion, III

 

Este, zapatos sueltos; aquel,

piernas de muñeca, un racimo

de ballet demediado.

“Metafóricos burdos”, me dirás,

pero es que vienen de un reino lejanísimo   

tras de penoso viaje, son la embajada

del país de las amputaciones

y tal es su comercio, qué esperabas.

 


 

Emporion, V

 

No es el diván, son las excavaciones,

maestro Sigmund, lo que mejor ilustra

nuestra psicopatología cotidiana:

es muy reveladora

esa tendencia a despistarse

y a perder cosas: amuletos,

llaves, monedas, ciudades

—ciudades

de las que a veces solo queda

un rastro hermoso, pero ajeno,

en la leyenda o en la toponimia—;

 

y es tan conmovedora esa querencia

por ir dejando rastro

que nos ate a la tierra, maestro,

o nos haga volver

del frío hondo de la muerte,

y es tanto, tanto el miedo.

Maestro Sigmund: de todas

las que nos da la arqueología,

esa lección sin duda es la mejor.

 

                        *

 

Ellos, arañazos en la espuma, tránsitos

de agua en el cemento, se van

como su género, sin dejar huella.

No un silencio solemne,

no la memoria anónima y gregaria,

no el tiempo: el camión

de la basura se los lleva.


*

 

Es extraña.

A su modo mecánico, es hostil;

                    es flexible:

su cabeza de anémona —un escólex

de alienígena implacable— bucea

en las tinieblas y el calor,

penetra más y más, y parasita

el cuerpo que la acoge sin saberlo.

 

Luego se extiende, crece, se alarga. Luego

va de una casa a otra a través de la infección,

su longitud de verme pura consagración

de la vergüenza y del secreto.

Pero los síntomas delatan su existencia:

náusea, insomnio, delgadez,

inquietud permanente: la taenia solium

—tenia o solitaria— es un huésped

absorbente e incómodo.

 

En otras regiones

va por la superficie,

ocupa territorios amplios; allí

le llaman favela.


 

 

Sin papeles

 

 

Yo he visto de repente un alfiler de luz

atravesarles el pecho,

clavarles al vacío como a mariposas.

Yo he visto entonces hacerse más sutil, más delicado

el matiz azulado de la piel,

clarear hasta llegar a ser traslúcido

y en segundos desaparecer.

 

Los transeúntes, cómplices, vamos atravesando

el apenas jirón de aire que ocupaban,

hasta el cuerpo negado

(extraterritoriales, 20 millas),

envés del aire, costura de la luz

que absorbe el cuerpo

(la extranjería, el limbo),

el cuerpo ajeno

(repúblicas hundidas, las atlántidas),

y hasta el cuerpo negado

que está a la vista, pero no es posible.

 


 

 

Encantes viejos   

 

            Soplaré y soplaré

            y la casita derribaré

 

Jinetes de la espuma,

vuestro linaje bien lo conocimos:

ayer, muros del antiaéreo, batidas de El Grabao,

vientos encarnizados sobre el Somorrostro;

hoy, naves varadas en el Poble Nou.

 

Hoy, almacenes desencantados;

ayer, la tregua de la noche

para que un duende*, a su conjuro, levantara

cuatro paredes de latón y tocho.

Hijos de las espumas, náufragos

de la Historia, vuestro linaje

ya no lo recordamos y es el nuestro.

 

 *

 

*En la maleta o en un hato;

doblada en un pañuelo su leyenda

con un poco de hinojo,

en lo más hondo del bolsillo.

De tal manera, clandestinamente,

lo traían de sus pueblos y comarcas.

Cuenta mil años y aún alienta.

Oriental, perfumado,

no le teme al lamparón

                        de yeso;

perverso y elegante, es también industrioso.

 

Y antes del alba la barraca lista,

el munícipe mirando hacia otro lado

y él, con pañuelo de seda,

limpiándose las manos. Es

el duende aparejador.

 

Extraño tiempo:

la magia y la justicia

buscaban el amparo de la noche.


 

 

Cósmico albañal

 

Pueblos del inframundo, como otros lo han sido

del mar o las estepas o montañas,

vuestros tránsitos son vertiginosos

y así de efímeros vuestros asentamientos

—caravanas, cajeros, barracas o puentes:

portales de belén para estrellados—.

 

Una nación sucede a otra, un pueblo sustituye al anterior:

estratos de papel su rastro.

Y alfombras voladoras los emporios

de vuestro magro tráfico.

 

Reyes sin tumba, tumbas sin gloria, nómadas

constelaciones de entrañas tibias,

                                  os desaguan

con saña personal los agujeros negros.

 

 


 

Alfombras voladoras

 

Alfombras voladoras los emporios

de vuestro magro tráfico, manteros,

un comercio fugaz y de reojo

al pie del zigurat o en la avenida

del mar, bajo la trama verde

de cedros, plátanos

o fronda de naranjos. Manteros

atentos a señales de peligro,

así en abrevadero de la selva,

                              raudos

como golondrinas.

 

Aquí estuvisteis ya, los clandestinos,

bajo la bota del pretor, pero al amparo

de los barrios y de sus libertos

—tú, levanta capas de memoria, busca

y, allá en los arrabales del olvido,

vagos y maleantes de otros días

tropezarán contigo al escapar.

 

 *

 

                                            “Solo poseo el nombre y la sombra de las cosas”.

                                                                    R. L. Stevenson, El señor de Ballantrae

 

 

Amanece otra vez y es demasiado.

Penosamente, el hormiguero

retoma la rutina y, con malhumor,

los millones de antenas, de patitas

refrendan su condena y la realidad.

 

Si a lo largo de siglos

hemos poblado fuentes, árboles,

el piélago del mar y hemos sentenciado

los otros viven ahí con certeza absoluta,

¿dudarás de que la noche, sombra

en la sombra, cobija a sus especies?

Amanece. Huellas de habitación

—un colchón, mantas sucias, cartones—

delatan su existencia.

Pero no la leyenda de dioses principales

ni de los subalternos, de hadas

o de duendes:

algo más serio se dirime en estas.

 

Tal es la historia de los excedentes.

Son los últimos

                 en la mente del Dinero.

Vuelven al día y ni la luz,

que es la vena del oro,

les quiere o les calienta. Van

a la sombra del nombre, a la sombra

de la sombra de las cosas.

 

 

 

 Mateo Rello. De magos y mineros (una historia de Plutón). Libros de Aldarán, 2022

Fotografía de Rodrigo Valero

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