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jueves, 17 de noviembre de 2022

3 poemas de EL ATLANTE de MATERO RELLO


 

 

Pregunté a la fuente cuántos lustros llevas aquí,

si había contado las bocas saciadas

desde aquel día de su instalación.

¿Con qué edad las manitas de los niños

ya pueden con tu palanca?



Dice tengo un río, quisiera

que me pinten de azul,

a qué este negro luctuoso.

A medida que el prócer las retira o las seca,

mermada de ejemplares, el genético

diapasón boqueando, la especie

se mustia, languidece, muchas

desarrollan manías—.



Le dije a la fuente: de azul, lógico,

y pensé parezco Saint-Exupéry.

Pensé eres ridículo,

la fuente no es tonta como el Principito,

la fuente no puede hablar

y tú no te prodigas demasiado.



Pensé en las engreídas fuentes de mármol,

recónditas allá en lo hondo de sus jardines,

locas de tanto murmurar a solas

y siempre como a punto de decir

una palabra.

Pensé una palabra para quién.

Pensé ya no dais de beber a los vivos

ni dejáis que a través vuestro hablen los muertos.



Toqué el negro pilar de barroco pompier

con avidez amorosa.

Le pregunté a la fuente cuánta sed había saciado.






Vosaltres no sabeu què és guardar fusta al moll





A Salvador Seguí. Inteligencia, coraje, dignidad.





Reunidos los brujos y los sabios,

los que atesoran y los régulos,

conscientes de su grave decisión,

hacían sudar tinta al escribano:

con amplia floritura su sentencia abría

un foso entre la Historia y la barbarie.



En lo mejor del ágora y bajo bendiciones,

arañaba la pluma sobre el pergamino:

bueno el que hizo las fronteras,

alzó una empalizada de huesos

y dejó fuera al extranjero, al gentil

purgó, al mísero dijo espera

y toma al que era fuerte y codicioso.

El que templa el acero de la gloria,

bueno, bueno el que acuña el valor de ley.

Hay que llegar hasta el que gana y hasta él,

el despojado, el bruto, el servil y el caído,

todos buenos.



A partir de aquí, malo el furibundo,

perlado de salitre, de humedad nocturna,

que gira el arma y dice

en vuestro nombre no mataré,

sino en el mío.

Y hasta aquí.





Barkenona, 2. La novena nave



Quimérico, confuso, furibundo,

venía de perder y alzar montañas

con nombre de mujer.



Urna de su leyenda, eco de un pie

que nunca tocó el suelo,

vino el héroe.

Trepaban, solitarios, árboles

pinos o encinas— la ladera.

Los siguió hasta la cumbre, donde hacían

bosque los demás. Bajo la atmósfera

densa de resina, ya percibió notas

de carbón y gasoil

y vio la nave

que había arrebatado la tormenta.



El sur para columnas y Creta para cuernos.

Aquí, entre un furor y otro,

donde mañana cantera y mausoleo,

debió de sentir paz y aquí enterró

con dedo poderoso la semilla

de un nombre: Barkenona.



Yo visto barro y tintes vegetales:

a los niños

nos basta con la fábula.



Mateo Rello. El Atlante. Ed. Caravansari. 2020

Fotografía de Ricard Terré

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