CONFINAMIENTO
Cada
mañana pienso en ellas.
Encerradas
sin
otra protección
que
el hipotético buen humor
de
sus verdugos
sin
poder volar hacia otro mundo.
Las
veo con un nudo en la garganta,
con un
miedo lacerante
a
ese posible error imperceptible
que
despierte a la bestia.
No
valdrá una disculpa.
Ni
un sin querer valdrá.
Después…
Tal
vez no haya un después.
EL ULTIMO AUTOBÚS
Estoy
sola en el fondo.
Un
hombre se sienta a mi lado.
Su
mirada me sobrecoge.
Bajo
del bus y vuelo.
Llego
a casa.
Mi
gata me espera tras la puerta.
Su
ronroneo compensa
este
día de mierda.
CUENTO
Me
recuerdan la fábula
El principito y la Rosa.
No
lo escucho.
Lo
sé de memoria
y
aunque Saint-Exúpery
siempre
es un revulsivo,
hay
edades románticas,
edades
de ensueños,
edades
con prisas.
Todo
pasa.
Pero
nunca,
nunca
habrá
una edad
para dejar de volar.
CANSANCIO
Pero
todo cambia.
De
repente los pasos se hacen torpes,
se
olvidan las ganas.
Tan
sólo unos minutos
eternamente
largos
minan
el espíritu.
Ante
la desidia,
cercenadas
mis alas
por
la quietud de los años,
hoy
tomaré el vermut.
EDAD
Aparece
tras el cristal
la
imagen de la duda.
Su
desnudez me asusta.
La
muchacha que fui
quiere
decirme algo.
No
reconozco su voz.
Su
vuelo ya no me pertenece.
LEGADO
La palabra:
Lo único que dejaré a mis hijos.
Podría ser que entonces
se dignen a leer lo que escribí.
Podría ser que el vuelo de mis versos
les sirva para algo.
La poesía es como la nieve:
el tiempo la derrite.
Para
muchos
lo que importa es lo material
y la palabra es efímera.
No habrá dios que la invoque.
OTROS TIEMPOS
Nací para robar rosas de las
avenidas de la muerte.
Charles
Bukowski
Echo
la vista atrás.
Veo
la nada.
A
pesar de tanto sobresalto.
Nada.
A
pesar de trompicones
en
caminos empedrados.
Nada.
Escucho
amaneceres.
Las
urracas graznan de tristeza.
Luto
por los recuerdos
que
son la nada.
Nací
la última.
Si
hubiera sido niño,
sería
el casi todo.
Pero
nací mujer.
Tuve
que conformarme
con
la condescendencia,
el
silencio,
siseos
sospechosos.
La
callada inquietud de los secretos.
El
sueño de volar.
Después
la
nada.
MUTISMO
Éramos
ovejas
con
el pánico pegado en el rostro.
Educadas
para ser madres o monjas.
Los
terrores nocturnos del pecado,
el
miedo a la muerte sin una confesión.
El
rosario y las clases de costura.
Nos
cortaron las alas.
La
política era tabú,
La
rebeldía, una amenaza.
Éramos
ovejas,
lanzadas
al albur
de
maridos ociosos.
MI MADRE
Quería
ser modista.
Mi
abuelo le llamó señorita.
Sus
incipientes alas
quedaron
reducidas a la nada.
Se
marchó a Barcelona.
Después
de mil pesares,
hambre,
sueño, miseria…,
la
empleó una señora
que
sólo la explotaba
18
horas diarias.
Criaba
a los dos niños,
le
enseñaron modales,
aprendió
a cocinar
y a
rendir pleitesía.
Una
casa excelente
en
Paseo de Gracia.
MI ABUELA
Tuvo
doce hijos.
Seis
de ellos murieron a corta edad
por
causas naturales:
fiebres
tifoideas,
cólicos
misereres.
Así
eran los diagnósticos.
Su
mundo era la casa,
el
campo en la cosecha,
la
venta de verduras en su puerta.
De
sempiterno luto,
con
un gran moño blanco,
nunca
se planteó otra vida.
Las
casas de los pobres
carecían
de sueños.
Nadie
le concedió unas alas.
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