PAISAJE ONÍRICO
En mi paisaje tengo
sueño,
corre el viento
entre mis sábanas,
me encuentro desnuda sobre una cama de hierro.
Olvidada en medio del desierto.
Amanezco en una luz
difícil.
Extraña es la noche.
Tengo el presentimiento de que volverán a llover violetas.
Camino descalza.
Me invaden pensamientos
salvajes, líquidos, en río azulado,
por los cauces de
una ciudad desconocida.
Tengo frío, y deseo posarme en tus mejillas de nido, atarme
a tu torso.
Estás
lejos y quiero agotar las horas
que esperan
púrpuras a tu lado.
Me siento confusa en este intrigante desierto,
no comprendo la lengua,
un
hombre me sigue. No consigo saber
si se
trata de un sueño, si es real,
o si
alguien está soñando por mí.
Un
muchacho arroja la mies sobre el surco
en
una era cercana al poblado,
huele
a especias, asan cordero,
se
escucha lejano el muecín.
Empiezo
a recordar quién soy.
La anfitriona me invita al hammam, frotan mi piel.
El tatuaje
cubrirá mis pies con henna.
Me enseñan a mover
las caderas,
entre risas de
mujeres arrebatadas,
en el éxtasis que arrancan de la entraña los tambores.
Algunos hombres toman té
verde.
La serpiente se
contonea.
Avanza lenta la
tarde.
A LA ALTURA DE LA HIERBA
Lo difícil es salir de casa: encontrar los víveres, ajustar el paso,
elegir el
libro correcto, hacer la llamada precisa. Despedirme de ti.
Miro mi ciudad desde la cima y pienso:
aquello debe ser mi mundo,
allí
donde me sucede lo cotidiano.
Un
hombre riega las flores del albergue de La Orden de Malta
y, al
mismo tiempo,
suceden
cosas en otros lugares
que
no quiero imaginar.
Aprendo
a caminar descalza
a la
altura de la hierba,
del
paso de la hormiga
y de
las telas de araña;
a
escuchar el zumbido del insecto;
a
hermanar con la espiga;
a
bajar a tierra;
a
olvidar la palabra que no sea simiente.
Acepto
la erosión del pensamiento
para
volver a arar y oler la tierra.
Bajando
a tierra, antes del retorno.
Pongo la memoria a ras del agua,
de la luz que se esconde entre los juncos
o más abajo del piélago.
En el
barro hundo mis pies
e
intento adivinar el idioma
del
océano. La profundidad
es la
llave, y la voz
un
canto que le acecha
en la
melodía del último día.
Olvidar
es el remedio:
eludir
la llamada de la sirena
urbana y el óxido de su consumo febril.
Volver a tocar la tierra con los pies;
entregarle el sudor del paso solitario,
del cansancio, de la diáspora y darle
de beber el agua que irriga la voz emergente.
Para enseñarle a enunciar
el vocablo que despierte las ganas
de danzar entre las gentes.
Qué
rojo me inunda,
qué verde, qué verde. Qué cosecha envuelta en plata,
qué
olas silvestres me reciben
con
su verde matizado,
qué susurro de agua me arrulla,
qué color se aloja aquí en el pecho,
qué murmullo aprende a escuchar la piel.
Todavía hay tiempo, agua, cigüeñas y aire
para trepar a ese lugar de resguardo
hermanado con la luz de lo invisible.
Todavía
hay unas manos desconocidas
que
tienden su tacto hacia la piel.
Todavía un vocablo,
todavía.
Lo difícil es salir de casa, encontrar los víveres,
ajustar el paso y bajar a la altura de la hierba.
El peligro es eludir la tierra, prescindir
de la horma de tus huellas, de la música
del paso, extinguir el aire.
PARABYTES
Las horas descifradas en pulsos de bytes,
en carcasas de plástico y contenidos colores.
Unidades de plástico duro y metal al por mayor.
Gigas necesarios, hiperpresencia invasiva
de mensajes.
Las horas se descifran en manos de bytes.
Y el instante
es un like: sucedáneo
de unos labios irrigados que se buscan
en una conexión única e
intransferible.
Telefonía garante de paraísos urbanos, ordenadores que abastecen de amistades que se hacen y deshacen con un clic.
Existencia confirmada entre las redes:
telaraña dulce que religiosamente frecuenta
el parroquiano cada día.
Paraíso de sujetos
convencionales y de frikis.
Dime siglo XXI, ¿cuál entonces es el tacto
de un amigo cibernético en la noche,
cómo les reciben unas sábanas tejidas de píxeles,
qué temperatura alcanzará
así el vacío de dos cuerpos que se desconocen?
Dime telefonía,
¿Poesía eres tú?
GEOMETRÍA DEL AIRE
Estudiar la
geometría del aire con los bolsillos vacíos.
Con esta vocación tenaz
de volver la mirada hacia los sauces.
Yo, que necesito respirar, pulsar corazón y branquias
en el océano y su hondura,
debo vivir con la mirada torpe de quien no comprende
esta cicatriz abisal de aleta oculta.
Acatar esa férrea orden de saltar a tierra firme,
para dejar lo anfibio dentro.
Aprender a utilizar maquillaje y pincel,
poner mis labios perfilados, alisar
el cabello y calzar tacones aprisionando mis pies.
Por igualarme al perfil que tú me tallas.
Existo para ti, sólo por exhibirme en tu vitrina
-nadie como tú habrá pescado antes una náyade-.
No conoces el agua y sus secretos,
y qué le sucede a este ser con piel de escamas en sequía.
Tú que no has sabido flotar
entre millares de poblaciones submarinas,
me has obligado a defender la luz
de los cuerpos minúsculos, de las entidades sin voz,
para enseñarte a apreciar el sonido del sol sobre las calles
y de las hojas cárdenas declinadas.
NUNCA
Un golpe de azada horada la tierra,
pregunta por qué ante su oscura presencia.
Vuelve a hacer frío cuando amanece
en la casa solitaria, las ardillas pululan
en el bosque y también los corzos.
Las nubes sostienen una conspiración agrícola
de cuerpos minúsculos pulsando sin tregua.
Y un órfico viajero me recuerda el futuro
de otra vida en una casa llena de niños
y de música.
Nunca quisimos huir, nunca nos adentramos
en la oscuridad de las tierras altas,
nunca echamos a perder este estado de gracia
que hace germinar los brotes de todos los jardines,
extranjero, nunca nos alejamos, nunca.
HUIR HACIA DELANTE
El avión ha llegado con retraso,
el autobús del aeropuerto está lleno
de fantasmas.
Transoceánico cansancio en mi interior.
Te sigo viendo en cada desconocido.
Cierro los ojos. Respiro. Alguien se sienta junto a mí.
Me ofrece una pastilla roja y otra pastilla azul.
Esta vez me toca salvarme.
TRAS EL PÁRAMO
Como la piel del oso
sin cazar, he vivido mis días,
como la luz de un
día de verano, quise burlar
a la muerte que
acechaba en el ocaso.
Como un soldado sin
munición me enfrenté
a mil batallas
desarmada, para vencer, así imponente,
la vida sobre el
miedo.
La luz borrando
sombras, en coloridos imposibles
sobre el páramo.
Como la piel del oso
sin cazar, busqué el amor intensamente
y, tras las ruinas y
cenizas, sucedió el milagro de la unión
perfecta de todas
las partes de mí, escindidas.
Venció la luz,
creció la hierba, acabó
siendo el territorio
soleado
donde crecen
vigorosas y elocuentes
las flores de la
libertad.
Buenos poemas del Teresa de un libro que ya he releido. Felicidades querida
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