Me
vio botando un balón de plástico
tratando
de encestarlo en un aro que sólo existía en mi cabeza.
Me
dijo que si yo quería me compraba una canasta y un balón de reglamento.
Era
mi tío José, Papá Noel que también venía a mitad de primavera
cargado
de relojes de pared con forma de animales que movían los ojos,
exprimidores
y cuchillos eléctricos,
relojes
digitales que se iluminaban en la noche,
burros
de plástico que cagaban cigarrillos,
cosas
entonces extrañas y absurdas
anunciando
a las marías la buena nueva de la sociedad de consumo
que
acabaría dejándonos preñados a todos.
Mi
tío celebraba su llegada llevándonos al Parador Nacional Cristóbal Colón,
un
lugar al final del asfalto, frente a la playa,
preludio
de especuladores sin plan de ordenación urbana
que
se pasarían por el forro todas las declaraciones de espacio protegido.
Mi
tío me paseaba por el pueblo en su SEAT 1500,
una
esmeralda verde en movimiento restallando cal en sus cromados,
cuando
casi nadie tenía coche,
esquivando
baches, burros, campesinos que salían de las tabernas
y
se paraban en mitad del barrizal para saludarle.
Mi
tío era alto y el ser más elegante que jamás vieron mis ojos,
pero
le dije que no, que no quería su canasta importada de Taiwan,
ni
su pelota de marca
y
se echó a reír, confuso, mirando a mi madre.
Acuérdate,
le dijo, éste poeta
y
si me apuras, anarquista, como mi compadre, el pobre Barbosa.
No
volví a verlo nunca más,
su
coche se cruzó con el primer supermercado que abrían en el pueblo
y
desapareció envuelto en una nube de polvo y olvido.
Ese
verano murió mi tío José y a mí se me desinfló la infancia,
descubrí
el amor y en una librería de Casas Ibáñez
un
libro de poemas de Miguel Hernández que copié entero
esperando
que de aquellos versos nacieran los míos.
Años
después, cuando todo esto parecía estar muy lejos de mi memoria,
encontré
en mi buzón un regalo,
un
libro con las obras completas de un tal Diego Barbosa
y
entre las fotos de su biografía, una junto a mi tío, los dos muy jóvenes,
en
un mitin pro-amnistía del Ateneo Libertario de Chiclana,
una
foto como un silencio,
un
sueño roto
o
un manantial.
Antonio Orihuela. Sin fin. Ed. Gato Encerrado. 2023
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