Asombra tanta obediencia. Sí señor, en el carril,
lo debido a su debido tiempo. Tanto confort
que suena a conformismo, tanta genuflexión,
tanto aplauso. Es el silencio de la mirada que baja
a la punta del zapato, de la boca inmóvil.
Es la mano en el bolsillo. Sí.
El orden social ha sido naturalizado.
Es como la ley de la gravedad,
como las matemáticas,
como lo que no se puede tocar, lo que no se puede nombrar,
el incesto, el canibalismo,
lo que supuestamente viene de lo alto, de lo antiguo.
Relaciones sociales que son inmutables,
porque están en nuestro ser,
porque configuran la nación,
la familia, la cofradía, la empresa.
En un tiempo en el que se cuestiona la termodinámica
y la ley de la relatividad incluso está en entredicho,
donde la teoría de las redes complejas avanza velozmente,
el orden social se nos presenta,
quizás no perfecto, pero si inamovible,
esencia de lo que es,
de lo que siempre fue.
Es la dominación tan natural como la lluvia,
convivimos con las relaciones patriarcales,
de clase, jerárquicas, como con las estaciones,
como con la reacción ácido-base.
Privilegios tan interiorizados como las mareas,
injusticia asumida como nacer y morir.
La norma arbitraria como ley natural,
la violencia simbólica, la violencia amortiguada,
incorporada a la cotidianeidad,
invisible para las propias víctimas.
Solo algún incidente histórico.
Bernardo Santos. Con el paso cambiado (nuevamente). Ed. Baile del Sol, 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario