Pierdes lo que amas,
y encuentras el naufragio, la isla noche,
lo negro tas la puerta enseñándote los dientes.
Pierdes lo que amas,
y se arranca una mordedura,
un trozo de tu pobre corazón.
Pesa la primera noche con sus nubes de plomo,
y el día de después da crueles carcajadas
en medio de su luz plena.
Y la noches de después, y todos los demás días
y todas las demás noches, cada una,
es una pala llena de espera
que arrojamos, incrédulos,
a la tumba vacía de lo que perdimos.
Vuelven en ejército los recuerdos,
vuelven en fila las imágenes
falsamente embellecidas por el tiempo;
los mínimos actos,
aquellos que se estampan a escondidas en el alma
como sellos de sangre.
Y después de múltiples días e infinitas noches,
aquello que perdimos,
volverá convertido en ausencia asimilada.
Volverá para volver a la piel,
a nuestros gestos,
a nuestra mirada más vacía aún
porque algo más perdió.
Volverá para no volver.
Cuando la esperanza se seque como una costra,
cuando las lágrimas se conviertan en un montón de sal.
Volverá, pero no hoy.
Hoy que infinitamente esperamos
pronunciando palabras que perdieron ya
la fuerza primigenia de los chamanes.
Volverá, ya sin sonidos y sin pasos,
porque el llanto, en su pantalla invisible,
en su oreja invisible, los agotó.
Volverá, sí,
aunque se fue huyendo con todo lo que pudimos dar,
cargando a sus espaldas
con nuestro propio olvido.
Pilar González España. El cielo y el poder. Ed. Hiperión, 1997
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