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De
tanto pacer
cómodamente en la pradera,
de
tanto asumir gustosamente las herraduras,
los
pegasos han olvidado cómo volar.
*
Se
erige entonces
su traqueteo de acero genocida,
su
punzante amputación de trigos,
su
vendaval de muelas bañadas de oro.
Se
fosilizan los pilares del frío.
Se
arrasan con sal los campos donde brotaba el amor,
donde
respiraba la solidaridad; los hombros, los codos.
Se
cubren las grietas con cemento y ametralladoras.
Se
pudren las melodías desplegadas en los ojos.
Atended,
niños que desayunáis cereales con bombardeos,
niños
que cubrís con cadáveres vuestras golosinas,
que
cultiváis una gruesa costra en los ojos mientras veis la televisión:
¿qué
imágenes os esperan en vuestras pesadillas?
Aun
así, en este caos de carbono y níquel,
se
entreabre el canto de un abeto,
una
hoguera de labios deseosos de rozarse, de acariciar
vientres
y heridas donde posar semillas de proyectos.
En
nuestras manos abiertas encontrarán refugio.
En
nuestras sábanas de agua, una plataforma segura.
Y
en el hueso del filo de la trinchera
hallarán
el destino y el sepulcro de su dentadura.
*
Resulta
difícil no encontrar en un manantial agua turbia.
Resulta
peligroso no hallarla.
Las
barricadas están formadas por granos de arena
que
irremediablemente se desparraman.
En
cada explotado puede vivir un explotador,
en
cada caricia un pálpito de colmillo.
Sólo
si no olvidamos las aristas de las esferas
podremos
hacer de los sueños nuestro camino.
Alberto García- Teresa. En: Voces del Extremo. Poesía y resistencia. Antología. Ed. Amargord, 2013
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