A Carlos Casado, contador
La realidad es una parte de la realidad.
La realidad no puede dejar de ser realidad, porque la
realidad es cualquier cosa.
La realidad que es cualquier cosa por sí misma es nada.
Esa nada que es cualquier cosa deja de serlo con la
intervención de un observador.
Ese observador utiliza un intermediario.
A ese intermediario lo llamaremos lenguaje, palabras.
Las palabras por tanto son un vehículo cualificado que nos
acerca la realidad que es cualquier cosa.
Yo soy el observador de la realidad a través de la palabra.
El observador a través de la palabra y su observación, queda
implicado con la cosa, es decir, con la realidad.
La realidad es una cuestión que se establece entre cualquier
cosa y yo a través de un lenguaje.
Al profundizar en la realidad encuentro las relaciones entre
las cosas, y más aun, las relaciones de las cosas con el observador, esto es,
cada yo.
A medida que se profundiza en la relación entre las cosas, y
las relaciones de esas relaciones con el observador se profundiza el
instrumento de la palabra.
El observador es una multiplicidad global que al final lleva
cada nombre en la figura del árbol.
Como la realidad.
Haciendo idéntico el mundo con la realidad.
La realidad poco más o menos es una cuestión de mermeladas,
del establecimiento de una analogía entre la realidad y las figuras del
lenguaje.
Diciéndonos a través del lenguaje con la figura del árbol
que somos reales.
Pero esa realidad es múltiple y depende del observador y lo
observado, a través del instrumento cualificado que es la palabra.
Es fácil perderse.
Esa realidad sometida por nuestro juego lingüísticos a
tantos juegos y tendencias entra en desconocimiento, así como en oportunidad
para crecer.
¿En qué consiste ese vaivén? ¿Ese juego que parece ser lo
que hace, lo que es?
Este instrumento que actúa sobre la realidad a modo de
jugador bueno, ¿une o separa esa realidad en nosotros? ¿es cuantificable,
numerable? ¿puede estructurarse dentro de un sistema formal o lógico?, ¿o tiene
vida interior, dice un decir propio, con las características de lo vivo?
El argumento sobre la decidibilidad soporta la llamada vida
interior de las palabras.
¿Y ese decir propio
pertenece a alguna realidad sobre lo que dice o está estructurado en su
realidad íntima, no ocupando sino siendo ese mismo ser?
Para establecer una identidad necesitamos que una cosa sea
otra igual en todo a la primera.
Exactamente igual.
Pero solo puedo establecer esa exactitud por las
diferencias, esto es, negativamente.
La exactitud solo puede establecerse desde una ausencia.
La exactitud no es una prueba de verdad.
¿Cuál es la estructura de ese ser exacto, de esa
externalidad supuesta, lejana a mi, o interior a mi que me alarga, o su doble
complicidad emergiendo a través mía para comunicarme siendo con el mundo, con
cada mundo, a través de cada emergencia?
¿Es la combinatoria del lenguaje con su gramática la que
tiene esa organización propia que, decimos, da vida?
¿Cada discurso así, no se convertiría en algo impulsado por
cierta idea , mezcla de entrenamiento e intención?¿Y esa intencionalidad es
verdadera, de forma para todos
objetiva?¿O esto es irrelevante?
¿Es la verdad un producto extraído de un discurso con unas
leyes que a su vez son creadas por el propio discurso?
La analogía godeliana del lenguaje es una poética
minimalista basada en la idea de una fuga recurrente.
¡Ea!
La importancia no reside en la verdad.
Todo es verdad, de ahí su desinterés.
Incluso es verdad que es mentira.
Al no poder ajustarnos a una prueba de verdad en el
lenguaje, existe por tanto, una radical insuficiencia en lo que vemos, en las
cosas, en las relaciones que establecemos con ellas, en nosotros, en nuestro
modo de acercarnos a ellas, etc.
Sostengo que esa radical insuficiencia de la realidad
objetiva, “ese vacío contra lo lleno” como sospecha, es la base de nuestro
desarrollo intelectual y cognitivo.
La aceleración o lentificación de este vacío contra lo lleno,
tiene una historia que investiga a través de la palabra el mundo, preguntándose
por la situación, por su orden extraño.
La geografía que pisa no es la geografía de la libertad,
pero sí su mejor posibilidad.
Ese juego es el esfuerzo que hace el observador por
interpretar la realidad, el árbol.
Quizá no pueda decir el observador que hay un afuera.
Es posible que el observador no pueda separarse del todo de
la realidad, de la cosa.
Esa cercanía también es una separación.
Esa separación que
existe en el análisis de la esencia de la palabra es la que escinde –desde la
palabra-, la realidad.
Cada escisión es una herida.
Esa cercanía a través del lenguaje que nos trae las cosas
acepta la separación entre las cosas y yo y su imposibilidad, su no afuera, su
dentro.
Pero la realidad no son las palabras, aunque las palabras
por el propio hecho de la realidad se convierten también en una realidad otra,
englobada dentro de la realidad que la hace ser.
En ese hacerse, las palabras no tocan la realidad, la
interpretan, haciendo de juntura entre la realidad objetiva y la realidad que
somos nosotros, que es un yo.
Es la asunción de esa interpretación lo que lleva a
trastornar conscientemente la realidad, una o varias parcelas de esa realidad.
Las palabras son los intérpretes cualificados de esa
realidad.
¿Se pueden conocer las diferentes formas –que no estructuras
de la realidad, o solamente las figuraciones a través de las palabras?
La realidad se compone o descompone –dependiendo de si nuestro
pensamiento es en cascada ascendente o descendente- de varios supuestos-como
metáfora-, círculos de realidad.
Uno de ellos es su disfraz, otro, aquellos aun sin nombrar.
¿Existen otro intermediarios válidos del conocimiento?
La palabra que se interroga a sí misma equivoca su destino,
la palabra es un baile en el agua.
El ser es un ser entre dos aguas, la realidad objetiva –lo
observado- y yo.
La palabra es la juntura del ser, la que cicatriza la herida
del ser.
Pero ser solo se es en el tiempo.
La cualidad temporal del ser es la que le convierte a uno en
fugitivo de sí mismo, siempre él, siempre otro, como un río.
Se trata de cambiar de lógica, de juego de lenguaje, en el
sentido de conformidad como flecha en el tiempo como metáfora inversa de la
realidad interpretada.
Esa realidad escalonada es un reflejo de los peldaños del
lenguaje.
Esos peldaños lingüísticos que conforman la globalidad
abierta e irreversible que soy en el tiempo son usados para subir o bajas,
¿Dónde?
Sostengo que existe una dirección “obligada” en el modo de
vivir esa escalera, siempre a posterior, después de cada decisión.
Lo que antes no era por o por no mi decisión queda para
siempre por mi decisión o no.
Con esto se señala que estamos ante momentos cumbres e
inevitables continuamente, solo nuestras decisiones o su falta señalan el
camino.
También la elección de cada camino puede ser equivocada,
parcial o globalmente, sin implicar estar sujeto a leyes interiores o
exteriores que impulsan en una u otra dirección, sino en el sentido
espacio-tiempo a que obliga esa decisión dinamice el espacio-tiempo exterior o
lo contraiga.
Pero también la sospecha de ser en todas direcciones.
Todas direcciones ejercen la tarea del ser.
Un ejercicio riguroso de la mirada a través de la
experiencia y las palabras.
Ese signo diferente también es una dirección.
Más allá del lugar común, una teoría del amor basada en el
lugar del centro, entendiendo el centro como todas direcciones.
Los poemas son palabras otras, lenguaje otro, que dicen un
decir distinto, apuntan hacia un pájaro.
Sobre todas las cosas la de creencia es la primera que
quitar.
Los rituales de aproximación son el camino que utiliza la
palabra para integrarse a la vida, después de un largo peregrinaje.
La palabra sitúa para la acción.
Esa situación se ha conseguido a través de un largo viaje
interpretativo de la realidad.
Esa situación es una situación que permite elegir.
Esa posibilidad de elección a que nos ha llevado el largo
peregrinar la llamamos libertad.
La libertad es un principio de comprensión de la realidad.
La libertad es un fruto.
Un modo de comunicarnos con la realidad a través de un
lenguaje, después del largo peregrinar.
Nos conforma como un ser.
Un ser comunicado, poseído de un saber de la realidad a
través del lenguaje.
Un lenguaje que hay que dejar pero nos ha permitido ser.
Ser para la libertad.
Una libertad que nos lleva a otro lenguaje que incita a la
acción, a la intervención.
No significa que no hayamos intervenido hasta ahora en la
realidad sino que no conocíamos, como ahora, la intervención a que nos llevaba
esa libertad que somos.
Esa libertad nos lleva a confundirnos a través de un saber
con el mundo, con un lenguaje nuevo, ese lenguaje nuevo es nuestra vida.
Nuestra vida interviene en la realidad a través de la
libertad.
A esa intervención la llamaremos comunión (común-unión).
Entre la libertad y esa comunión existe lo que podríamos
llamar el principio de fusión de la realidad.
No existe realidad fuera de esa fusión.
El mundo funciona dentro y fuera de esa actuación, de ese
teatro.
Pero desde la libertad el mundo se fusiona con cada yo,
haciéndose inseparable.
De tal modo lo que ocurre en cualquier parte ocurre en mi.
Esa intervención creativa, emergente, de la realidad conmigo
a través de la libertad es el modo en que funciona el mundo.
Ese “funciona” es una suma de muchos factores.
Esos factores son otras realidades, la historia y la
organización evolutiva que es el mundo.
Las palabras proponen acciones.
Esas acciones se ejercen sobre el mundo desde un yo,
haciendo interactuar a los dos agentes, relacionándolos.
Existe una medida en las acciones.
Esa medida es escalonada, de menos a más.
Se basa en la teoría del valor.
El valor es un bien alcanzable por el esfuerzo humano.
Ese valor vence resistencias a través de una decisión.
Dentro del juego
lingüístico algunas proposiciones avanzan más que otras hacia el valor.
El valor siempre surge como oposición a algo, de esta lucha
que impide el paso.
El valor es una campana.
La campana, un acto humano.
Cada acto humano una utilidad.
Cada utilidad una campana.
Otra campana muy parecida a esa campana de la que hablábamos
hace un instante.
Esa otra campana tiene otras hermanas.
El mundo de los humanos interactúa con su medio haciéndose
indisoluble con él.
De tal modo, es una falacia hablar de personas sin hacer
referencia a su medio.
El mundo de los otros.
Los otros son una parte de la realidad.
La suma de esos otros
y sus actuaciones es una parte de la realidad.
El modo de comunión a través de la libertad depende de un
factor emergente, nuevo, que es la resistencia a dejarse, a ser para la
libertad.
Un factor que impide la fusión, el flujo.
Un factor que desconoce que no puede separarse de la
realidad, que no puede dejar de ser en la comunión.
Que desconoce que solo es libre para ser.
Que ese desconocimiento es una lentificación del proceso de
comunión que es el destino del mundo.
Crea la resistencia
La suma de esas resistencias crea la sociedad.
Catalogar las barreras que impiden el flujo entre las cosas
y las personas.
La sociedad es la resistencia del mundo de los otros a la
comunión con el mundo a través de la libertad.
Para enfrentarse a la sociedad hace falta valor, porque se
trata de vencer una resistencia que se fundamenta sobre un desconocimiento de
lo que hay que hacer para ser en libertad, para la libertad.
Esa sociedad vive de un factor de desconocimiento derivado
de la resistencia que llama conveniencia.
Esa conveniencia se ha convertido en una conveniencia
interesada a través del poder.
Ese poder lo sustentan pocos y rige sobre muchos.
Ese desequilibrio crea resistencias muy graves para la
comunión.
Para el mundo.
Para todos los otros que están en ti.
Para cualquier otro que al mirarte, te permite el ser.
Para ese ser que vive contigo.
Para ti.
Y este lo guardo en secreto para mí.
José María de la Quitana. Todas direcciones. Ed. Vitrubio, 1999
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