Ángela
dice que las motos, los coches y los camiones
tienen
chimeneas, chimeneas pestosas...
Estos
días de verano las chimeneas pestosas
se
alargan y arraciman junto al mar.
Si les
fuera posible, algunos se bañaban con el coche puesto.
La
gente dice que va a la playa
pero la
playa desapareció hace años,
van a
un estercolero en el que, al final,
hay
agua y música como de olas.
Hoy,
además, la playa huele a gasoil, un fuerte olor
que no
parece preocupar a la abarrotada gente de la orilla.
Las
niñas se bañan y yo miro a mi alrededor
un
campo sembrado de papeles de aluminio,
botellas
de cristal, tampones, pañales, colillas, latas
y
restos de comida en descomposición
que
ignoran la proximidad de los contenedores de basura.
Me
acuerdo de Quiñones, un poeta que no he leído,
que,
probablemente, nadie vaya a leer nunca
pero al
que no le hubiera hecho falta escribir ni una sola línea
para
ser recordado no como escritor
sino
como el abuelo
que
todos los días salía a limpiar las playas de Cádiz.
Hace un
siglo Juan Ramón hablaba de la limpidez de estos sitios,
casi
nadie ha leído a J.R.
pero
todos lo conocen por Platero...
Es como
si, al final, fueron los actos de amor
más simples
y desinteresados
los que
acaban dando la talla exacta de la obra de un hombre.
Así que
me pongo a recoger basura
sonriendo
aquella sentencia comunista que, solemne, proclamaba:
A
cada quien según sus necesidades,
de
cada cual según sus posibilidades,
y
pienso que, en efecto, al menos en contaminar, la sentencia
se ha
cumplido,
y el
proletariado contamina con lo que puede, sabe y le dejan,
y el
capital con lo que quiere.
Vuelvo
del contenedor a mis asuntos
mientras
un niño tira un envoltorio de chicle,
una
chica apaga en la arena su colilla,
una
señora entierra peladuras y restos de fruta,
un tipo
arroja tras de sí un botellín de cerveza,
unas
motos arrasan las dunas,
los 4x4
destrozan un poco más el paisaje
y, a lo
lejos, un superpetrolero monocasco de treinta años
termina
de limpiar sus bodegas
y en la
orilla, las niñas
me
dicen que han salido del agua porque el agua les pica
y me
preguntan que qué son esas bolitas olorosas, pegajosas,
tóxicas,
cancerígenas
con las
que están jugando la gente, en la orilla.
Antonio Orihuela. Palos. Ed. La linterna sorda, 2016
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