documentos de pensamiento radical

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jueves, 29 de noviembre de 2018

3 poemas de W de JAVIER PÉREZ WALIAS



Mujer dulce

En el pecho de mi madre sentí por vez primera el rostro de la bondad/ y el rostro de la bondad creció en la ropa presa por las pinzas/ en los pliegues que deja el peso ardiente de la plancha/ creció para defenderme de una jauría de bocas/ igual que crece la raíz de las uñas/ hasta el círculo polar de los dedos anulares/ vi salir de detrás de las paredes labras de luz/ vísceras/ soles amarillos/ rosas en un desierto de azufre/ imperdibles para no extraviar los besos/ reclinatorios para el arrepentimiento de los malhumorados/ escaleras hacia los ventanales azules de los árboles
abandonadas todas las cosas a la infinita bondad de su luz y al dolor de mis ojos/ en el pecho de mi madre dejé lavar mis manos por la lluvia/ por la lluvia sustraída/ por ella misma/ a la belleza del llanto que apenas desemboca
en un descuido de su melancolía/ vi el abismo de mi ilusión/ su plenitud arrojada al vacío/ tirada por los suelos/ ofrecida/ por ella misma/ a la esterilidad de las nubes y a las flores en Santa Teresa
junto a la casa de mi madre/ en un rincón apartado de su pecho/ di cristiana sepultura en una caja para gusanos de seda/ a un arsenal de futuro/ a una niña por nacer/ a unos céntimos de franco/ a unas chapas de botella/ a unos indios de plomo y sus caballos píos/ a un fajo de cromos/ y a media docena de canicas
en el pecho de mi madre me detuve a escuchar/ cómo suena la lluvia cuando aún no nos moja
en el pecho bondadoso de mi madre me quedé dormido.






Uno y trino

[Alcázar de San Juan, 1971 / 1974]
(...) era de curso legal/ yo agonizaba por volver a la vida/ aquí durmió el que sufrió la picadura del alacrán a los trece/ el que desnudó la cruz a cielo y fuego/ el que descubrió que la cebada era del color de la náusea/ y tenía un sabor a molienda de betún en el hondón del estómago
aquí lloré por los corredores abiertos/ aquí anduve por las baldosas frías cuando me despertaba la música/ aquí me sepulté detrás de las puertas/ aquí dudé por vez primera/ de querer haber nacido/ aquí me escondí en los dispensarios y hurté el cordero de los sagrados obradores para arrojárselo a las carpas/ aquí anhelé el pan reciente/ el aroma del puchero de mi casa/ el cálido chasquido del picón
aquí me ovillé
aquí permanecí en silencio como un ahorcado sin silla ni fiel ni piedad/ como un ser sin aliento siquiera ni tierra empalada/ aquí horadé la tapia con los ojos/ aquí el chorro del agua fue un buril de hielo sobre mi cabeza/ aquí trepané los muros/ aquí traspasé el horizonte con la mirada para olvidarme de las ásperas arrugas de las sábanas/ aquí recibí las cartas de mi madre/ aquí respiré moho/ aquí quise encontrar la ternura en el charco de las bienaventuranzas/ aquí se me negó el pan y la sal
de mis ojos caían las lágrimas una a una como las cuentas de un rosario
sólo la palabra fue mi argolla/ sólo el papel de calco/ sólo el cuaderno en espiral/ tan sólo la idea de volver hizo una hendidura limpia en la marra de los días/ aunque el ladrar de los perros era eterno/ y las sanguijuelas estallaban como estilográficas/ sobre el alma del pupitre en vísperas y maitines la resurrección de la carne era moneda de curso legal/ yo agonizaba por volver a la vida/ y aún hoy/ aquel recuerdo se derrama de plomo sobre mi espalda
me estoy quedando frío.


Servidumbre de paso

Hoy, de madrugada, bajé al río a lavarme los ademanes de la edad.
Lavé mis pies ante la mácula de los peces, me dejé acariciar por las escamas de la  infancia bajo la madeja líquida del tiempo.
Desde la umbría, el río es un cuerpo de hombre caminando solo entre los árboles, un abismo atravesado por el filo de la costumbre, por el sudor y los despojos del abatimiento,
por el vuelo del cuclillo junto a la higuera,
por el abrazo bajo el artefacto de las despedidas.
Madrugué.
Bajé al río por el camino de aquel tiempo, ya de nieve, para refrescar mi boca, mi lengua,
y con mis dientes apretados.
La corriente suena a música helada en años de afonía, parece que el agua naciera del cerebelo de la tierra.
El valle, donde preservé la corteza de los árboles, es el chozo de mis juegos infantiles.
Toda la ingravidez de mis recuerdos en una cáscara de nuez.
En el valle hay un murmullo de gas noble y de tristeza. Pero el valle es de nieve   y yo soy de nieve en el valle.
Madrugué.
Bajé al río por la senda de la servidumbre de paso, a la búsqueda de la mañana.
Me adentré en lo hondo con una gran piedra, bebí de lo transparente tocando el amor profundo de las aguas, respirando a manos llenas,
para acabar inclinando mi frente —como un animal cansado— sobre el canto triste o su silencio, para escuchar el susurro de la espuma en las estrellas.
Hoy madrugué, y bajé al río.

W, Vaso Roto Poesía, 2017


Javier Pérez Walias

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