Los gatos de nuestro pueblo están sin escolarizar, lo cual es una
medida prudente pero al mismo tiempo altanera. Está prohibido
levantar cuerdas más de un rato, y, además, también está
prohibido regular marchamos descafeinados y lúbricos. Esta ley se
argumenta con los clavos de Cristo y las azucenas malbaratadas. No es
que seamos escabrosos, es que la luz nos impide ir despiertos cuando
el alba se sube a las nubes. El humo nos lo tragamos para que la
visión sea perpetua y colindante; sin embargo, los calcetines color
frambuesa van y vienen con los escándalos adscritos. Las normas nos
dejan descalzos tres veces por semana, y las espuelas se nos clavan
en el alma por no saber llevarlas con dignidad. Las marionetas se nos
mean encima y no podemos criticar a las polainas enfermizas; eso sin
contar que cada vez que soplamos debemos pagar un canon evidentemente
molesto para nuestras arcas y nuestros pedales. Estamos bastante
huidizos y sobrados, pero no es por ahí por donde nos deshacemos. En
ocasiones, son los gatos los que nos ponen el impedimento salado para
que forniquemos sin cesar, a espaldas de nuestras parejas y de
nuestros santos. Con las cazuelas no hay problema alguno, pero son
como huérfanas en un consistorio halagüeño. Por ahí no pasa ni
uno que no clave su cepillo en el trasero del monte. El agujero que
deja se rellena de propaganda para cubrir el expediente. Así
montamos las fiestas en nuestro pueblo, así matamos la conciencia,
sin apearnos del asno por mucho que piemos o por mucho que nademos
contra corriente.
Manel Costa & Curro Canavese. El nido de la palabra. Ed. Sporting Club Russafa.
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