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jueves, 1 de noviembre de 2018

El nido de la palabra (IV)

Los gatos de nuestro pueblo están sin escolarizar, lo cual es una medida prudente pero al mismo tiempo altanera. Está prohibido levantar cuerdas más de un rato, y, además, también está prohibido regular marchamos descafeinados y lúbricos. Esta ley se argumenta con los clavos de Cristo y las azucenas malbaratadas. No es que seamos escabrosos, es que la luz nos impide ir despiertos cuando el alba se sube a las nubes. El humo nos lo tragamos para que la visión sea perpetua y colindante; sin embargo, los calcetines color frambuesa van y vienen con los escándalos adscritos. Las normas nos dejan descalzos tres veces por semana, y las espuelas se nos clavan en el alma por no saber llevarlas con dignidad. Las marionetas se nos mean encima y no podemos criticar a las polainas enfermizas; eso sin contar que cada vez que soplamos debemos pagar un canon evidentemente molesto para nuestras arcas y nuestros pedales. Estamos bastante huidizos y sobrados, pero no es por ahí por donde nos deshacemos. En ocasiones, son los gatos los que nos ponen el impedimento salado para que forniquemos sin cesar, a espaldas de nuestras parejas y de nuestros santos. Con las cazuelas no hay problema alguno, pero son como huérfanas en un consistorio halagüeño. Por ahí no pasa ni uno que no clave su cepillo en el trasero del monte. El agujero que deja se rellena de propaganda para cubrir el expediente. Así montamos las fiestas en nuestro pueblo, así matamos la conciencia, sin apearnos del asno por mucho que piemos o por mucho que nademos contra corriente.

Manel Costa & Curro Canavese. El nido de la palabra. Ed. Sporting Club Russafa.


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