Acuchillamos el aire porque nuestros jornales son bajos; apenas nos
da para comprar palabras de azúcar y licor de mar. Es frecuente
observar que la mayoría de la población duerme con una piedra en el
regazo y una libélula en la oreja. La piedra nos hace compañía y
la libélula nos cuenta bellas historias de queso al oído. El
transporte público está compuesto por varias unidades de plátanos,
abejorros y ábacos. Los plátanos son bastante inútiles para
desplazarnos, sin embargo son muy aprovechables para soltar humo en
encuentros no deseados con familiares. Los abejorros siempre están
en movimiento por lo que nadie puede utilizarlos, salvo aquellos
ciudadanos que son ligeros de piernas; aunque esta cualidad conlleva,
habitualmente, carecer de brazos. En cambio el ábaco siempre está
al completo; la gente se agolpa para usar este medio de transporte,
que aunque no se mueve y siempre está en el mismo sitio, ofrece
muchas ventajas a la hora de hacer cuentas entre deudores y
acreedores. En el jardín de Don Polipón tenemos una trufa muy
descarada, está totalmente desnuda y no se avergüenza de mostrar
sus genitales a la concurrencia. Ha sido amonestada en repetidas
ocasiones, pero el Club de Los Miradores Eternos le paga todas las
multas que repetidamente le infieren las autoridades de la moral y la
parca. Trasquilamos los emblemas por el cuello porque eso nos hace
más saltarines y oriundos. Las verduras crecen alocadas en las
páginas del manifiesto por la libertad de las babosas. Pero la
tranquilidad esquilada no nos llega por mucho que sople el viento en
sentido contrario a la mirada. ¡Ay, cuánto sufrimiento por ser como
somos!
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