Tú no lo entiendes, y aun contrariamente, no sabes de la niebla en el cuerpo, de los valles ocultos y el vértigo aplazado. No me han dado las claves, ventanas íntimas aún a mi medida justa, pero espero a que lleguen a tiempo al próximo invierno:
Invierno distraído en una
eternidad
de nieve, coherente a su víctima
de corazón: blancas las barbas, a
racimos
las lágrimas, y unos muros de
iglesia
en cinco horas fugadas. Dos vidas
juntadas desde el origen cierto
hasta una inmensa mar y a la
ternura.
Plata como de escarcha,
transparente,
vestidos piedra al otro centro del
frío:
Tarde como el invierno en que
llegamos.
Nunca supe mucho de las
apuestas que los cuerpos discuten. Qué la maldición produce urticaria, que el
engaño no es sólo un desnudo, que mi manía siempre era, y es, un síndrome de
ángel. Todo un desorden llevándolo con impaciencia hasta nuestra casa. Supongo
que tú también habrás pensado en volver a colgar aquel lienzo de los patos
verdes, o a organizar otra orgía de pies…
Y a saltos, el pan en la mochila
entre la seducción de la tierra
y la vida en la mar. Y a tragos,
el vino agrio que se rinde
al vaho imperfecto.
Lo más dulce siempre termina
entre ruinas y margaritas mojadas.
Y revolvemos el aire de
las moreras, o al menos eso recuerdo. Miro a la sombra saliendo por la puerta
de un bar de poetas. Bebía alcohol por la necesidad de retardar la batalla
entre dos rosas azules expuestas en un escaparate. Era noche y verano, y sin
camisas en la nada, olvidando. La libertad de los cariños sólo supone
abandonarla en estas inmensas rías sin vida. Y recuerdo otros silencios, otras
crisis de viajero. Lo mío sólo es un mundo de locos pendencieros.
Estrenamos
la cal de calle con los campos
del
cáncer. Y a la casa, ese almidón que le faltaba.
Entonces
sabremos cómo serán los pinares
de
papel, y los olvidos de todo lo que sobra.
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