Pintó un cuadro,
San Mauricio y la legión tebana.
Una declaración sobre todo aquello.
A Felipe II no le gustó
y Fray José de Sigüenza justificó el disgusto diciendo
que a los santos había que pintarlos de forma
que no quitaran el gusto de rezar sobre ellos.
De todos los cuadros que atesora El Escorial
este es el único que he visto completo en miles de libros.
Jamás llegó a colgar allí.
Años después,
por la muerte de uno de sus mecenas toledanos,
volvió a Tebas en la casulla del obispo Ildefonso.
Ni Felipe II
ni Fray José de Sigüenza
estaban ya para mucho trote.
A Degas le gustó tanto
que recortó de la casulla
sus Jóvenes Tebanos.
Los Felipe y Sigüenza
volvieron,
hoy cuelga en el MOMA de New York,
lo he visto en libros que ni siquiera hablan de arte
sino de tiempo.
Frente a los siglos,
miro mis treinta y cinco años
estudiando un tema sobre pacifismo
hoy sobre la espalda de un descolorido
impreso modelo de solicitud de objeción de conciencia
que firmé hace 15,
y su sello del centro provincial de reclutamiento de Huelva
puesto en azul
por un sargento chusquero
que antes se tomó el lujo de pegarme un tiro
con la pipa descargada.
Sobre él
he venido también a escribir este poema
por el gusto de volver a ver
a los Felipe y Sigüenza
atinando.
Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta rusa, 2017
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