Un
chino se come un murciélago
y
se vacían las calles en España,
se
cierran los bares, las Fallas, la Semana Santa,
los
cielos, las plazas, la verdad.
Un
chino se come un murciélago
y
los pobres enloquecen,
se
envuelven en papel higiénico
y
se encierran aprovisionados de todo
menos
de cordura.
Un
chino se come un murciélago
y
se acaban los besos,
se
enferma la vida, la ilusión, el amor,
pierdes
las llaves de una casa que no es la tuya,
sales
de viaje sabiendo que será tu último viaje,
dos
se hacen un selfie que nunca verán juntos,
en
el arcén de la autopista crees ver un zapato suelto,
un
coche da la vuelta cuando iba camino de Venta Micena,
un
padre divorciado cena tristeza con sus hijos en una pizzería,
alguien
te da fuego, alguien apaga tu pasión,
alguien
se levanta sin hacer ruido para no despertar
la
serpiente que duerme a su lado,
se
ahoga una magdalena en un libro de Proust,
todo
lo que comes te sienta mal
porque
está cocinado con miedo,
te
descubres sin saber cómo
en
la curva donde asesinaron a Lorca
y
te llevas un hueso de recuerdo,
pierdes
cincuenta euros,
te
encuentras un billete verde de un país que no existe,
te
cuesta dormir o no sabes despertar,
lees
Yerma para certificar que, en efecto,
Federico escribía,
pero
no sabía lo que escribía, tal vez no le importaba,
tal
vez, como dijera Juan Ramón Jiménez,
toda
su obra es un exceso de caireles, de cascabeles, de artificio,
de
plata batida de Tarsis y oro de Ufaz, de brillos y reflejos,
espejos
deformantes que ya no están en el callejón del Gato,
sino
en la calle Alcaicería, donde permanece atrapado
como
aquella reina sentada unos metros más allá
o
esta joven que confunde izquierda con derecha
y
tampoco podrá nunca escapar de aquí.
Un
chino se come un murciélago
y
una apisonadora atropella la sombra de los leggins de dos ancianas
que
no deben tener ni cuarenta años, si no fuera por los muchos otros
que,
sin saber cómo, se han echado encima,
un
borracho hace eses con su moto en la plaza Picasso de Aguadulce,
el
viento agita una avenida de palmeras desolladas,
el
gobierno obliga a la población a volver a Tohoku
para
dar un aspecto de normalidad a las Olimpiadas,
un
millón de toneladas de aguas radiactivas son vertidas al océano en Fukushima
y
un bando de peces entra por la ventana de una casa en Joao Mendonça
mientras
estrellas y caballitos de mar se camuflan entre el empedrado
de
los palheiros que tampoco quisieron
verte.
Un
chino se come un murciélago
y
una mujer sale de una tienda de cosmética de la carrera del Darro
con
un bote de vanidad entre las manos,
otra
duda sobre si comprar o no manzanas,
mi dispiace, non
ha un bell'aspetto,
le dice a su amiga
en
uno de los millones de espejitos de un ajimez imantado
de
la calle Capuchinas o en una de las pavesas de un fuego
que
aún arde en la casa azul de Oued Laou,
mientras
sube a las nubes desde lo postrero de la tierra
para
ocultar el bosque de Tentudía
y
caer como un poco de lluvia que no limpia el mundo
pero
acompaña lo mucho que llueve en mi interior.
Un
chino se come un murciélago
y
ponen un cartel en Guillena avisando que cierran por quince días,
un
hombre mira la fachada de la casa de los Porras
en
busca de su escudo, otro pregunta en el tanatorio
cuánto
tiempo tardará en fundirse su cadena de plata,
un
maestro se queja de que su atención hace años
que
ya no coincide con la atención de sus alumnos,
una
mujer sale al balcón de su casa en la plaza Elíptica y huele el mar,
un
hombre pasea por la calle y se encuentra con el Estado,
abres
una caja de leche y se te derraman todos los sueños,
se
contrae el tiempo como hizo en tu primer viaje en tren a Los Milanos,
se
iluminan los naranjos pintados de blanco de El Ronquillo,
huevos
llenos de pintura roja se estrellan
contra
el fundador de la Falange grabado en todas las iglesias,
en
la cuesta de san Gregorio
un
hippie canta en francés alegres canciones de cabaret,
una
pareja sale a bailar negando estos tiempos sombríos
y
una chica te pide un cigarro, porque ya eres del tiempo
en
que las chicas solo se acercan para pedirte un cigarro.
Un
chino se come un murciélago
y
se espesa el silencio, las ganas de acabar, las despedidas,
se
renuncia o se da por perdida la batalla,
hincas
la rodilla, ofreces el cuello, la cabeza,
Jehová
ha dicho que va a poner a punto sus ejércitos,
pero
no nos destruirá a todos, en Ponta do Sinó
alguien
descubrirá de nuevo que al final de la fina arena
hay
algo azul que se mueve y lo llamará mar,
en
Benalup de Sidonia un viento tardío agitará de nuevo la cebada,
un
ratón caerá en la trampa y en su sueño construirá ciudades,
una
mujer se inclinará sobre el olvido en la bodega Castañeda,
y
un niño perdido se deslizará, como una lágrima, por un tobogán
en
el paseo de los Tristes.
Un
chino se ha comido un murciélago, sí,
pero
qué es eso al lado del murciélago
que
se ha comido mi corazón.
Antonio Orihuela. Inédito
Tremendo... no puedo decir más.
ResponderEliminarSolamente releerlo...
Sin palabras
ResponderEliminarMuy bueno Antonio, estoy disfrutando con tus letras encadenadas y tus ocurrencias.
ResponderEliminarme veo leyendo a las dos de la madrugada sonriendo a pesar de los pesares.un abrazo y sigue palante