Ceniza y muertos no concilian un sueño de justicia
aún por inventar.
Sus palabras son como cristales rotos en las manos de un niño,
reflejos de algo más cruel
que no nos ha de dejar las manos sin herida,
recuento de mundo para ojos que apenas ven,
topos domesticados en horario diurno,
dureza de oído para oír
ni llanto, ni grito, ni susurro.
Aptos para el tono sucio del rayo.
Nos matan de abundancia.
Miramos sin ver,
porque sigue todo intacto dentro de nuestras ordenadas casas,
desde allí socorremos telefónicamente a los golpeados
con un tintineo de monedas
que nos sobran.
La mentira se está poniendo enferma, me dices,
pero a qué ritmo, si sonamos como
madera.
No la veremos enterrar,
pero acaso otros vientres
asistan a ese espectáculo,
niños de la nueva siembra que llevarán
nuestro dolor y el olvido de nosotros.
Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta rusa, 2017
Fotografía de Juan Sánchez Amorós
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