Manolito el de Zalea vivía en El Calvario,
un promontorio de arenisca y caliza
donde los pobres de solemnidad
habían descolgado el montaje completo
de la Pasión de Cristo con todos sus avíos
y ocupado su lugar, abriendo cuevas
y nichos
en el vientre dúctil de la tierra.
Manolito el de Zalea no tenía un duro
pero celebraba la Cuaresma
vistiéndose con un impecable traje blanco
y cantando, desde marzo, las canciones de mayo
con un clavel rojo en la solapa.
Defiende tu idea
de la tiranía,
que tu vida sea
en plena anarquía...
...la anarquía es orden
y amor a la ciencia,
el funesto Estado
es la violencia.
Manolito el de Zalea, ajeno al dolor y la muerte
cuando frente al enemigo nos llama el deber,
paseaba en su traje blanco, su corbata roja,
su sombrero de paja, su clavel en la solapa,
canturreando por las últimas callejas del pueblo
cuando lo apresaron los fascistas,
porque consideraron sospechoso a un individuo
que llevaba un clavel y una corbata roja
y le hicieron cavar su propia tumba
antes de fusilarlo.
A Manolito el de Zalea, cuando el movimiento,
lo salvó uno de su pueblo con mucho mando
que explicó a los asesinos que Manolito no era comunista.
––y si no es comunista por qué lleva esa corbata
y ese clavel rojo en la solapa.
––porque es un infeliz.
Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta Rusa, 2017
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