¿En qué
momento se adhiere la manzana a su color? ¿Nace
desnuda y ardiendo de frío? ¿Albina? ¿Perseguida por el miedo cerval a lo que
no conoce?
Después se acercarán a
ella, cortejándola, los tonos rojizos y verdes con que las vemos sobre la
bandeja plastificada de los días muy grises, cuando apretamos el paso en los
centros comerciales.
Han de sentirse desnudas
y codiciadas mientras los colores se excitan en la labor de envolverlas con su
esperma de luz. Longitudes de onda en que el deseo alcanza la retina. Visible la
lengua que las cubre.
Cuando muerdo
una de ellas sin pensarlo, cuando clavo los incisivos sobre su carne perfumada
también yo participo del mismo ceremonial, como si se entregase a nosotros no
solo cada molécula sino el conjunto que ha elegido esa precaria perfección.
Manzana que alberga
dentro galaxias y vacío. Nada le interesa el relato del Génesis, solo la neutra
confianza de ser siendo, su existencia independiente como unidad morfológica y
funcional. ¿En cuál de estas palabras se desata el sabor? ¿Las semillas oscuras
que protegen la serie ininterrumpida de nuevas manzanas, brotando de la que
muerdo?
Madre de toda una estirpe,
gira sobre su eje, su rabillo, el pedúnculo con el que el árbol la amó hasta la
insensatez.
En los puñalitos blancos
de mi boca también aguarda ansioso el empuje primero de la vida, su condición
ensangrentada y cardinal porque morder es unirse a aquello que ingresa en
nuestra boca, de igual modo que cuando te beso con toda la impaciencia y cierro
los ojos para no ver sino dentro de tu cuerpo, retornan a mí el agua del Tigris
y del Éufrates, la marea detenida del Mar Rojo ante la que se encuentran los seiscientos
carros de Egipto cuando intentan cruzarlo y lo bautizan violentamente,
Finisterre entregando la imaginación del Atlántico a la tierra que concluye,
las olas que rompen en el muelle de Palos por el castigo de cifrar la riqueza
del oro y de la harina en la boca oscurísima del océano… Desde ella están
mirándome mis antepasados atados a la tráquea de la ballena de Jonás como si
fuese el palo mayor en que los crucificara el hambre.
Terror en la noche de la
especie para volverse tiempo que llega hasta mí. Pero también, cuando el
cetáceo expulsa su sombra abisal y continúa en la felicidad del movimiento,
espiráculo de luz y de energía.
No he olvidado que estaba
besándote para desaparecer en tu vientre, en las algas marinas de tu sexo mientras
tú me mordías donde brota el color que nos empapa.
¿Por qué entonces el agua
es transparente? ¿Ha sido derrotada en la aventura de la piel? ¿No hay amor
suficiente para sus labios sin labios, su imagen fantasma, la lluvia que
deshace el yeso, el grafito y las motas de oscuridad sobre la sábana del día?
Oleaje y espuma hacia tu lengua.
Cuando bebes tiñes el
agua con tu cuerpo, con tu exacta y carnal precariedad.
Oh amor que todo lo
asperjas y amaneces.
con Miquel Barceló
y José Emilio Pacheco
❅
¿Y si eres
nadie?
Miras dentro de ti y solo hay un inmenso páramo en el que
nada se oye. Ni siquiera la respiración agitada en el incendio de aquello que
fuiste. ¿Adónde irás cargando tu vacío?
Nada pesa
lo que no tienes, pero no hay ligereza posible para ti porque el vacío te
arrastra hacia sus pies. Ha arrasado con toda la flora, los días sin viento,
las reservas de agua y de pardales. Quedan muchos más pájaros atrapados contra
las vallas: vencejos, cormoranes, petirrojos. Un viejísimo albatros sacude su
cabeza como si se hubiera atragantado con un mal verso. Entre ellos se disputan
las raspas del sol y todos los poemas sobre ruiseñores o palomas que han sido
capaces de digerir. Disputan también con quienes han quedado crucificados
contra esas vallas, atrapados en la larga migración del hambre, de la guerra.
Y mientras,
tú sobre tu páramo vacío.
Te asomas
con miedo al brocal de la boca y solo se ve un espejo negro que parece saludarte
desde el fondo. También alguna mano de gente difusa tras tantas pantallas
entreabiertas. Nada se oye sino la frugalidad de la desgana.
A lo lejos,
tal vez el agua pida que abras la puerta de tu cuerpo. ¿O vas a conformarte con
ser páramo? ¿Eriazo que no habilitan las hormigas? ¿Pedregal que golpea con su
sed?
¿Y si nadie somos todos? Pájaro perro, pájaro persona,
población y polluelo enardecido. ¿Qué harás en el tránsito de las taxonomías?
En ti están
los cien mil caracteres hereditarios que te atan dulcemente a los demás, los
tres mil millones de letras del genoma humano que has aprendido sin esfuerzo y
silbas con felicidad al levantarte, veinticuatro de los noventa elementos
químicos, todas las maletas que quedan extraviadas frente a las aduanas y las
noches de Ítaca y Caronte.
En ti,
partículas lejanísimas de estrellas y otros parientes, piedras, peces, patronímicos,
banderas deslucidas y otros trapos del dolor. Incluso meteoros en el festejo de
la luz.
Todos ellos te bendicen
y completan.
Bendicen
cada una de las capas freáticas que alimentas con tu desesperación y tu amor
radical a esta extrañeza que llamaron vivir, estar viviendo.
Porque tú no eres suficiente
para ti.
Desconoces quién eres y
no importa.
De pronto
apremian la vida y los tendones. De pronto estallan granos rojísimos de luz
sobre la superficie torpe de tu lengua. Algunos estorninos los disputan y te
besan con su canción de alambre.
¿Cómo dejar
entonces que el día colisione? ¿Que haya personas aparcadas como muebles
mientras viajan las mesas en primera?
Alguna vez
recibiste en herencia un baúl y una silla de esparto pero hoy todo ha sido
arrasado en el fuego, hasta el flequillo que desordenó los días y la expiación
y nota a lápiz del convenio laboral, mientras hay personas aparcadas como
muebles y están dentro de ti, son tu apellido. Con el agua que mana de sus
letras humedeces tu frente y te levantas.
con Fernando Pessoa
y Antonio Machado
María Ángeles Pérez López. Incendio mineral, 2021
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