DOMINICAL ESTAMPA
Centro
de la ciudad; domingo por la tarde
en
un mayo sedoso; colas en las aceras
para
ver desde la gloria un film
en
blanco y negro.
Las
personas mayores, así como los niños,
visten
ilusionadas
sus
trajes de festivo, disimulando huellas
de
rotos muy zurcidos. ¡Olor a naftalina!
Pregonan
en la calle
el
diario La Tarde; venta del resultado
de
la liga española. Aquella procesión
que
no pudo salir por mor de la tormenta,
lo hace
hoy, domingo.
Se
santigua la gente al ver pasar el trono
de
la Virgen Pastora que, orlado por la música,
consigue
la emoción del público asistente.
Los
Civiles, marciales, acompañan el paso;
y
una gran presidencia, de riguroso luto,
portando
recios báculos de metal plateado,
marcha
con paso lento.
De
la gran Catedral,
salen
los feligreses; sostienen en las manos
un
ramito de olivo bendecido;
en
sus rostros se advierte una sana alegría.
A
rebosar los bares que hay en la ciudad,
al
menos son un ciento. Alguna librería,
negocio
poco próspero en la ciudad marina.
Dominical
estampa de una urbe feliz,
donde reina la calma, la alegría y el orden.
En las casas, más tarde, respira con temblor
la cruda realidad que camufló el festivo.
Adopta la pobreza un perfecto disfraz
que no se puede ver si el miedo la atenaza.
DEJA TU MUNDO ABSURDO
Me
persigue aquel niño (¿lo recuerdan?)
que
decidió dejar en libertad,
en
un momento amargo,
a
todas las estrellas recogidas
durante
mucho tiempo.
Alejarlo
quisiera de la penosa vida,
pero
es imposible separarlo de mí,
ya
que nació conmigo,
hasta
que el Sol poniente deje de iluminarme.
A
veces,
cuando
el sueño se llega hasta mis ojos,
le
hablo con cariño,
y le
ruego que no se acerque tanto
a mi
mente sin calma,
porque
su lloro puede los actos dislocar.
Le
hablo de los años, de lo mucho que sufro
por
mis enfermedades. Pero él me sonríe,
y
sin rubor me dice: “Corramos hasta el río
a
capturar anguilas, o comer barrovino,
y
ver cómo la luz de la linterna
alumbra
los cobijos donde cientos de estrellas
aguardan
a que aquella misma mano
acaricie
sus lomos, aumentando su fuerza.
Ven,
anímate,
deja
tu mundo absurdo y juguemos
a
retarnos, a ver quién de los dos
alcanza
mayor grado de candor.”
Yo
le dirijo, entonces, mi sonrisa más noble,
y
transitar le dejo por todos los contornos
de
mi cansado cuerpo, por mi sangre ya parda.
Y me
voy adentrando en un sopor muy dulce,
mientras
él desordena mis canas con ternura.
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