BAJO LA TIERRA
Busco,
bajo la luz del alba,
con
las manos en la tierra,
raíces
de la memoria perdida,
semillas
negras en el olvido.
Sabia
memoria de un tiempo
en
el que hube de escoger
caminos
y sueños que creí
verdaderos,
totalmente ciertos.
Sueños
que perdí en los días
donde
fui discípulo de sombras,
jinete
mudo en la noche,
aprendiz
de antiguos errores
que
nuevos aparecen bajo la luz.
Con
ira arranco tierra bajo mis pies,
interrogándome
por el hombre
que
oculté tras las palabras.
Con
desazón remuevo la tierra
donde
habré de reencontrarme
con
el hombre que ha ido
muriendo
en mí.
SOLEDAD
La
soledad es una habitación llena de mí,
con
la ausencia desparramada por el suelo
como
las hojas de una tarde otoñal,
sin
nadie cerca, perdiéndome en el frío.
La
soledad soy yo, dueño de mi nada.
El
sueño del amor no me pertenece,
ni
tampoco aparece entre la retama
cuando
abandono el camino.
Avanzo
atornillándome el silencio a la garganta.
La
soledad responde por mi nombre.
Soy
la huella en el agua
que
la lluvia no esconde.
DÍAS EN SYRACUSE
Una
extrema delgadez y la muerte en los ojos.
Así
le vimos llegar, aquella tarde, a Syracuse.
La
sonrisa, aquella sonrisa jovial de juventud,
escondía
un dolor que aún no era visible,
un
mal que los versos sí expresaban
con
una amargura que iba más allá
de
la incurable soledad cosida al hueso.
Disfrutaba
de la ciudad, de los paseos,
de
las conversaciones con nuevos amigos,
apurando
al límite las escasas horas
que
estaba despierto, libre del peso
de
la enfermedad que lo mantenía atrapado
entre
las sábanas de una cama
deshecha
todo el tiempo.
Leyó
poemas solemnes en un recital
donde
fuimos descubriendo
a
un hombre que venía de regreso,
despidiéndose
de la vida
y
sin vida despidiéndose.
Quisimos
entender que un poeta
finge
todo cuanto escribe.
Y
no fue cierto.
Aquella
lectura fue el ensayo
de
una despedida
para
quienes le acompañamos
en
el breve trayecto
de
la luz contra el suelo.
Brindamos,
con la última copa,
en
el último bar,
por
un futuro reencuentro.
Le
vimos irse feliz,
cargado
de bolsas y promesas.
Le
vimos perderse
por
los largos pasillos del silencio
con
una extraña delgadez y la muerte
hundiéndose
en el azul taciturno
de
sus ojos de niño.
©
José Luis García Herrera. Niebla en Costafreda. Dip. de Cáceres, 2023.
¡Muchísimas gracias, Antonio, por publicar estos poemas de "Niebla en Costafreda"!
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