documentos de pensamiento radical

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miércoles, 4 de septiembre de 2024

2010 ― 2020 ― 2024

 



 

A Jorge Riechmann y a Antonio Orihuela por enseñarme, sin saberlo, a abrazar la vida.

 

¿Mi tierra?

Ahora sé que mi tierra no es mi tierra

y que nunca me ha pertenecido,

 

pero aquellos ojos míos de dos mil veinte

vieron la vida entre tanta pena, entre tanta podredumbre,

y por primera vez en mucho tiempo avistaron dos delfines en Venecia,

y la vida salvaje volvía a abrirse camino en el verde fluorescente de los canales,

 

pero aquellos ojos míos de dos mil veinte

vieron la tele, casi ciento treinta mil fallecidos,

y la vida tambalearse a las orillas de un apretón de manos,

y la muerte asomarse tras el beso, la caricia y el abrazo en el supermercado.

 

Qué no vieron aquellos ojos míos de dos mil veinte

es una pregunta que me ha perseguido durante los últimos años,

y lo que no vi fue esta tierra que consideraba mía,

y me arraigué en el paisaje perdido de la infancia,

 

aquellos ojos míos de dos mil veinte

no vieron los días eternos y dorados del verano,

ni la última brisa estival acariciando nuestro rostro,

ni la primera gota de agua fría en septiembre,

 

aquellos ojos míos de dos mil veinte

no vieron el sol sorprendiendo a la luna,

ni la calima sorprendiendo a la impoluta Sierra Nevada,

ni la Alpujarra teñida de un tono anaranjado,

 

aquellos ojos míos de dos mil veinte

no vieron la primera neblina envolviendo nuestro contorno,

ni a la cabra montesa bajando al Guadalfeo a beber un poco de agua,

ni el baile del bosque al ritmo del vendaval enérgico.

Y ahora que puedo ver, no veo nada,

y aquella que fue, esa nunca más regresará

porque ahora sé que mi tierra no es mi tierra

y que nunca me ha pertenecido,

 

y ahora que puedo ver, veo

que sufro una triple pérdida por el paisaje

de aquellos ojos míos de dos mil diez,

un recuerdo ya desdibujado en la memoria,

de aquellos ojos míos de dos mil veinte,

la ilusión de poder volver a ver el asombro del mundo,

de estos ojos míos de dos mil veinticuatro,

testigos de que aquí también ocurrió el ecocidio,

 

y ahora que puedo ver, veo

que de esta no saldremos

y uno desearía cerrar los ojos,

y desearía imaginar que otro fin del mundo es posible

para no tener que ver la muerte de tanta belleza,

pero es mejor mantener los ojos abiertos,

nos aconsejaba el maestro Jorge Riechmann.

 

Por eso, no me culpes si en el dos mil veinte

escribí a la belleza de los ocasos, las tormentas

y los amaneceres que nos perdimos,

y no me culpes por este triste canto

ahora que sé que mi tierra no es mi tierra

y que nunca me ha pertenecido,

y que tengo la certeza de que el capitalismo

es el mayor virus que ha creado el ser humano.

 

Sé que el futuro es una lucha perdida para nosotros,

pero me reconforta saber que la vida,

lo único que siempre se nos escapó de las manos,

volverá a abrirse paso entre los escombros,

ya lo dijo un hombre sabio.



Thalía Compán Santiago

 

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