Más fuerte que una misma
De qué te sirve
fingir desastres a brazo partido.
Que fuiste la invitada del lago sagrado,
ya lo sabes.
Nunca olvides que ungida del bosque
y su luz en llamaradas.
No. No se puede escribir
sin la fuerza del cuerpo,
te inocula Duras
su veneno de adelfas.
Hace falta ser más fuerte
que una misma
para abordar la escritura y en ti
se han quebrado dos eclipses
como secos y huecos tallos de hinojo.
Sospechas
que un huésped de la niebla
profanó la hierba de tus ojos
porque un escozor de tinta densa te ciega.
Que a orillas del lago
las cenizas de los muertos
rozaron tus cabellos, lo sabes.
También sonaron crótalos y campanillas
mientras los niños-dioses abrían para ti
las cáscaras de huevos azules.
Guirnaldas de jazmines y azahares
orlaban tus anhelos.
De qué te sirve... Cierra los ojos. Descansa.
Cicatrices
Recorriste la tierra enrojecida
confundida entre guijarros y líquenes.
Sobrecogida regresaste al submundo
de las raíces de olivo
donde te fue revelada
la hermosura del silencio.
La historia de aquella mujer desterrada,
poeta,
que quiso ser uncida como un caballo,
latía durante tu ahogo.
Lo que tú perdiste
entre las cicatrices de la tierra,
lo que se llevó el agua y el fuego,
se apiada de ti.
Te pregunta Eunice Cohen:
¿Quién no se perdería
para recuperar la voz?
Mejor calla. No respondas
desde la turbidez rabiosa
del infiernillo de la ciénaga. Empapa
tu pan de cereales en el aceite más puro.
¿No sientes un rayo de sol atravesar
como espada de fuego tu garganta?
Mientras sueñan la niña y los petirrojos,
y ni un solo pétalo de nieve se mueve,
la tarde se esconde
dejando en las pupilas
el inventario de todo lo posible.
Soberanos de la ciénaga
(A Gabalzeka Teatro, por su labor de 40 años, infatigable)
ACTO I
Si nos encerramos en una habitación sin ventanas
a contemplar algunos cuadros de la serie negra de Goya.
Si imaginamos a los miserables de Víctor Hugo
cacareando entre la mugre de un espeso gallinero.
O subidos a la barca de Caronte,
recorremos las aguas oscuras de la Estigia
con una humedad de ultratumba
taladrándonos los huesos.
Si el arcángel de la muerte
nos acaricia con sus plumas marchitas
y las chinches nos muerden las entrañas
hasta dejarnos sin una sola gota de sangre.
Si nos convertimos en reyes de la zahúrda,
soberanos de la ciénaga,
mendigos de los sueños,
una voz de fango salida del mismísimo infierno
asegurará que Dios ha dejado de creer en nosotros
y ningún milagro nos salvara.
Réquiem por todos los menesterosos.
Pusilánimes, impíos, muertos vivientes,
desdichados eternos.
Las cosas malas se hacen eternas.
Eternas la lluvia, el frío y el hambre de eternidad.
ACTO II
-¡PERDÓNALOS!, masculla entre dientes
la voz de la inocencia
cuando el día se abre con su túnica rosada
en el alma de la criatura más desvalida de la escena.
(Mansos de corazón sed bienaventurados).
Vosotros los amados.
La que vive y muere en la blancura,
atraviesa ligera el espacio con sus alas de paloma.
La respiración contenida.
Por fin los aplausos. Y una lágrima que solitaria resbala.
(Soberanos de la ciénaga está inspirado en la representación de Gabalzeka Teatro de la obra
Cuando la vida eterna se acabe, de Eusebio Calonge).
Muchacho mordido por un lagarto
(Caravaggio)
I
Rosa de nácar prendida en el cabello
por el amor perentorio. Bebedora insaciable
de un agua noble brotada del manantial del sueño.
Él viste acaso sábana que sabe demasiado.
El éter de esa rosa de sed se mezcla con el deseo
en la habitación del miedo, donde la luz abrasa.
Ardor de cuerpos en el crescendo de la tarde.
Hambre de cerezas para aliviar la soledad
de cierto abandono tras el placer inesperado.
La luz, fuego en la boca y en el hombro,
se derrama sobre la tela blanca. Ha mordido
unos labios, ha mordido los dedos rosados
con sabor a fruta demasiado ácida y ya es hora
de succionar el dulzor de la carne vegetal,
sin los gusanos del arrepentimiento. Por eso huye
de la alcoba hacia el rincón de las viandas.
Entre los frutos, cómplice de ocultas espinas
de la rosa húmeda, un lagarto se agarra a la uña tierna
con sus pequeños dientes afilados. El dolor punzante
del dedo corazón asciende por el brazo. Frunce las cejas.
Grita. Saturno ríe a carcajadas. La vida quema.
II
La intimidad se descompone en el interior del búcaro
y el agua se torna roja en la lucha de luz y sombra.
Todo se oscurece. El viento de las negras mariposas
agita las ocres cortinas de la estancia. Juventud,
fragilidad del tiempo, semillas encerradas.
La muerte agazapada en el llanto contenido. La sangre
no distrae la creciente pasión de pinceles y pigmentos.
(Sobre la pintura Muchacho mordido por un lagarto de Caravaggio, se especula si el joven es el propio
artista o se trata de su amigo pintor, el siciliano Mario Minniti. Sea quien sea el modelo, el cuadro resulta
inquietante y la expresión de dolor del rostro transmite gran fuerza y emotividad).
Islas Invernales
Marina Aoiz Monreal
X Premio de Poesía “Leonor de Córdoba”
Colección Daniel Levi. Córdoba, 2011.
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