ANOMALÍAS
I
De mil madres y padres heredé el
rojo de las arterias,
el ímpetu de sus genes, la
movilidad de mis costillas
y el aire que percute en mis
pensamientos.
II
El mar me dio la acumulación de
muertos en su vientre,
cobalto y azul masivo, con el
impulso de caer en lo abisal.
Rehusé a comer pescado o cadáveres.
III
El día que huyó el afecto de las
tierras altas
murieron poblaciones marinas en el
extremo de la península.
Rehusé a comer pescado o cadáveres.
Aprendí a repensar el mundo.
Renuncié al amparo de un dios
armado con divisas.
Cuando vivir no es un arte,
se muere en la barbarie.
Se
duelen en silencio las raíces enfermas del olivo.
Nos
hacemos viejos, can.
También
mueren los pájaros
y
yo agradezco este día tan radiante.
Con
cuánta rabia y frecuencia las raíces
se
apoderaron del muro de mi casa.
La
aguja de la canastilla ha desvelado la mentira.
El
viento trae consigo otra dirección.
La
memoria supo envenenarnos con su óxido.
Nunca
fue inocente la maldad y ha llegado la hora
de
enterrar las cenizas de los padres.
Las
vigas de la casa me susurran:
seguir
caminando no es un dislate.
En
el instante del abismo y de recoger las teas,
llega
travieso el tiempo con sus hebras horarias,
en
los días por venir con sus semillas y su polen.
MATERIA HUMANA
Camino en un
mundo difuso que me borra.
Mi identidad
es un aspa metálica dentro del pecho.
Vivo sin
aire. No hay lugares para mí.
Me invade la
extrañeza de ser yo.
No sé qué
muerta camina con mis pies.
Me legaste
un reino, padre,
me diste un
trono trashumante.
Recuerdo que
fui bella como el viento.
También
odié, padre. Odié tanto la torpeza
que me
empujó a buscar
la palabra
precisa que redime.
La vida me
sucede, aunque me empeñe
tantas veces
en cambiarla.
Vivo
prendida a las paredes de un poema sordo,
en un viaje
al vientre de un sueño
imposible de
descifrar.
Que el mundo
es una selva,
lo aprendí
demasiado pronto.
Teresa Ramos. Quise salvar a los ciervos. Ed. 4 de agosto, 2024
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