escribir, servicio público
La claridad es la cortesía del filósofo, dijo Ortega. Primo Levi, mucho menos egocéntrico, superviviente de Auschwitz, fue más allá: escribió que “escribir es un servicio público”, y que “puesto que todos nosotros, los vivos, no estamos solos, no debemos escribir como si lo estuviésemos. Tenemos una responsabilidad, mientras vivamos: debemos responder por cuanto escribimos, palabra por palabra, y hacer que cada palabra dé en el blanco. (…) Hablarle al prójimo en una lengua que no puede entender (…) es un sutil artificio represivo (…). Es una forma de imponer el propio rango…”
poesía y reforma fiscal
El gran Adam Zagajewski opina en una entrevista que los poetas “deben tener opiniones sólidas en cuanto a la vida y la muerte, pero no opiniones políticas: la reforma de la legislación fiscal no creo que sea asunto de los poetas”. ¿Cómo que no? Manifiesto mi profunda discrepancia. Que tengan cosas sensatas que decir sobre la vida y la muerte, de acuerdo: pero ¿por qué los poetas no deberían también tener opiniones sólidas acerca de la comunidad y la justicia?
dios, decía Zenón de Citio,
fluye a través de la materia
como la miel a través de los panales
Pero, comadres y compadres, si nos suponemos presos en el corredor de la vida, ¿de verdad vamos a seguir solicitando el aplazamiento de la sentencia? ¿Tantas y tantas veces? En la India, dos que se encuentran suelen decirse namasté: saludo a los dioses que hay en ti. A Sócrates, el del daimon inquieto e inquietante, esta forma de reconocerse no le hubiera sorprendido. Lo divino en cada uno de nosotros no remite a ninguna fantasmagoría ultraterrena: apunta al despliegue de nuestras posibilidades mejores, ésas que ignoran aquellos que no se toman en serio su propia vida. La poesía –hubiera dicho René Char desde otra mesa en el abarrotado café marsellés, rechazando cualquier compadreo– es el mundo en su mejor lugar.
Jorge Riechmann. Fracasar mejor. Kaotica Libros. 2024
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