píldoras de cianuro
Cuando las cosas vinieron mal dadas, Himmler,
Göring, Rommel y otros jerarcas nazis se suicidaron utilizando píldoras de
cianuro. También William S. Parsons y otros miembros de la tripulación de los
superbombarderos B-29 que arrojaron las bombas atómicas contra la población de
Japón iban provistos de pastillas letales, por si las moscas.
Ha llegado el momento de reivindicar píldoras de
cianuro a la Seguridad Social. Lo digo con seriedad formal y seria formalidad,
sin el menor espíritu de boutade, sin ningún deseo de provocar. No se
trata de otra modesta proposición al estilo del gran Jonathan Swift; no
estoy bromeando. Los fallos de la sociedad y las carencias del Estado –en
España, pero no sólo en España, desde luego– son de tal calibre, y el futuro
que vemos venir es tan siniestro, que sólo por razones de mera humanidad ya
debería accederse a una reivindicación así. La indiferencia frente al
calentamiento climático, la inacción frente a los letales niveles de desempleo
(¡más de seis millones de parados en 2013!), la destrucción de la sanidad
pública para satisfacer inconfesables intereses de personajillos encanallados y
la atonía de la reacción ciudadana frente a todo ello prefiguran un mundo en el
que, para mucha gente, habrá demasiadas ocasiones en que morir será preferible
a seguir viviendo. Facilitémonos ese difícil tránsito. Reclamo la píldora de
cianuro como un derecho ciudadano –una reivindicación prioritaria frente a la
banda de criminales que hoy ocupa las estructuras del Estado.
Ánimo, españolas y españoles, un esfuerzo más…
Aunque no logremos frenar la destrucción de la enseñanza pública o la voladura
de los sistemas de protección social, aunque el ecocidio continúe aumentando su
demencial aceleración, este derecho nuevo sí tenemos más opciones de lograrlo.
En este caso ¡sí se puede! Aunque sólo fuere por las razones de rigor
presupuestario que esgrime el brutal Ministro de Finanzas de Japón, ese Taro
Aso, cuando pide a los ancianos de su país que se mueran pronto, que suponen
una carga demasiado pesada para su sistema de Seguridad Social.
Casandra en Billancourt
Hace cuarenta o aún veinte
años, el mundo se deslizaba lentamente hacia la barbarie. Ahora lo hace a una
velocidad vertiginosa
Cuando Rosa Luxemburg
decía: socialismo o barbarie, quizá
estimase que las probabilidades andarían equilibradas en torno al 50%. Un siglo
después, uno diría que la barbarie tiene todas las de ganar: quizá 98%, frente
al 2% de una posible transición socialista. (Habría que recordar la apuesta del
comunista surrealista Pierre Naville, en medio de la gran crisis de los años veinte
y treinta: “La organización del pesimismo
es verdaderamente una de las consignas más extrañas a las que pueda obedecer
una persona consciente. Es sin embargo la que reclamamos hoy”.[1])
Il ne
faut pas désespérer Billancourt, suspiraba Sartre en 1956,
después de un viaje a la Unión Soviética. No digamos a los obreros comunistas la verdad sobre
el estalinismo, pues perderían sus esperanzas. ¿Deberíamos hoy silenciar la
verdad sobre la crisis ecológico-social, sobre la tenebrosa crisis de
civilización donde nos hallamos, para no echar más agua al molino de un
nihilismo que, alimentado de otras fuentes –esencialmente, los efectos
culturales del sistema de la mercancía–, amenaza con arrasar la ya muy
fragilizada constitución moral de tanta gente en este Siglo de la Gran Prueba? ¿Decimos a la gente sólo lo que quiere
oír –impresiona el grado en que nuestras sociedades se han
vuelto alérgicas a todo cuanto suponga obligación o responsabilidad en esta era
de “crepúsculo del deber”–, con el riesgo de reforzar sus
prejuicios, su indolencia, su ceguera cognitiva? ¿O les decimos la verdad
aunque sea dura y difícil, con el riesgo de quedar aislados? Y si finalmente decimos
la verdad a
Billancourt –y hemos de decirla–, si decimos que no hay otra vía de salida que
la casi inimaginable superación del capitalismo, ¿cómo decimos esa clase de
verdad, para evitar la caída en la desesperación?
(Pero ya sabes –no dejes de recordártelo cada día–
cuál es la tentación del intelectual euro-norteamericano: el Gran Hotel del
Abismo. No te quedes encerrado ahí.)
la miseria del mundo
Así
se titulaba aquel libro coordinado por Pierre Bourdieu hace ya algunos años.
Esa miseria del mundo es abrumadora: ¿qué ser humano –signado por la finitud,
como lo estamos cada uno de nosotros y nosotras– podría hacerse cargo de tal
cúmulo interminable de horrores, desposesiones, dolores, injusticias y
masacres? Ya lo que sucede en nuestro presente debería anonadarnos, pero
tendríamos además que asumir de alguna forma el pasado –esa “catástrofe única
que amontona incansablemente ruina sobre ruina”, como decía Walter Benjamin en
la novena de sus “Tesis sobre filosofía de la historia” –, reparar en los
indicios que hoy delatan cómo en los desarrollos del presente están gestándose
los desastres del futuro, y no olvidar que no sólo cuenta el sufrimiento de los
seres humanos: también el de los demás seres vivos… Abrumador, sin duda. No hay
ser humano que pueda echarse sobre los hombros esa carga.
Pero
no es semejante tarea sobrehumana lo que se nos exige. Aquí como en otros
ámbitos importa advertir cómo el macrocosmos se refracta en el microcosmos. La
incalculable e inasimilable acumulación de violencias se me da, en cada caso,
como unas pocas violencias concretas que me tocan de cerca; la injusticia
universal se particulariza en una injusticia próxima frente a la que sí puedo
reaccionar; la “exigencia infinita” se resuelve en demandas singulares.
El
anonimato de las montañas de cadáveres se transforma en unas pocas miradas interrogantes.
Lo que se me exige es estar ahí.
si en 2008 hubiera habido izquierda…
En 2008 vimos tambalearse –todos nosotros– los pisos
más altos del edificio de la dominación (los rascacielos, que son el
equivalente a las pirámides faraónicas en nuestra época). La dictadura del capital
financiero se vio amenazada de verdad por la crisis que ella misma había
provocado.
Si en 2008 hubiera habido izquierda –en Europa, en
EEUU– estaríamos hoy en una nueva etapa de la historia de la humanidad.[1]
Tendríamos una razonable esperanza de enfrentarnos con éxito a los peligros que
vienen.
Pero la izquierda se había hecho de derechas, las
derechas de ultraderecha, y los verdes pretendían estar más allá de la
izquierda y la derecha.[2]
(Y se sorprenderán después de la desafección de los ciudadanos y ciudadanas
hacia la “política”…)
Hoy la ventana de oportunidad –kairós– se ha cerrado. No había izquierda, la trama de dominación
se recompuso, los banqueros y los “inversores” recuperaron el puesto de mando:
y no sabemos si se trata de la última oportunidad para enderezar el rumbo de
catástrofe –aunque es muy posible.
Lo que cabe hacer, lo único que podemos intentar, es
construir la izquierda –rojiverdevioleta– que necesitamos por si la ventana de
oportunidad vuelve a abrirse. Podemos estar seguros de algo: esta crisis no ha
terminado, vienen crisis peores.
*hechizados
Todo indica que no se romperá el hechizo. Tiene
tantas capas: la teoría económica neoclásica, la teología de la dominación
antropocéntrica, Ana Rosa Quintana, el poderío de Silicon Valley, las fantasías
antropófugas de colonización de Marte, las ideologías sexistas y racistas,
cazar y torear y devorar chuletones, la fe en el exencionalismo humano, la
cultura de la violación, la necropolítica en la Frontera Sur… Tantas capas que
forman una malla poderosa. Pero si de verdad se rompiera ese hechizo, siquiera
durante un instante, y pudiéramos vernos como somos…
*extraviados
El 91% de las y los españoles sienten como una grave
amenaza la crisis de inflación, según una encuesta de 40dB en noviembre de
2023; y el 85% los conflictos bélicos. Ay… La inflación y la guerra (en el
Norte global, más el hambre y una mayor vulnerabilidad ante los desastres
climáticos en el Sur global) son la forma en que, intramuros, se manifiesta la
crisis ecológica extramuros (clima, agua, energía, tierra fértil,
biodiversidad…). Pero seguimos absortos en lo que nos sucede a nuestra tribu y –en el mejor de los casos– a Homo sapiens en su
conjunto, extraviados por nuestro maldito tribalismo y nuestro sagrado
antropocentrismo.
lucha
de clases
Salvador López Arnal recuerda el dictum del señor Warren Buffet (declaraciones
al New York Times el 26 de noviembre de 2006): “Hay lucha de clases, de
acuerdo, pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra, y
estamos ganando”. Algunos lustros después no tendría ninguna razón para
rectificar su criterio.
Pero no es sólo una guerra de clases. Los ricos no
sólo están en guerra contra los pobres, los trabajadores y los desempleados.
Están además en guerra contra la biosfera y contra el futuro: contra las
posibilidades de vida humana decente en el planeta Tierra.
Y no es sólo que el zorro sea el guardián del
gallinero. Es que ha sido elegido y reelegido por las propias gallinas; y ha
logrado convencerlas de que nunca hubo, ni podrá haber jamás, otra cosa que
zorros ocupando el puesto de guardián de las gallinas.
breve
tratado de economía posliberal
Es
la guerra contra las mujeres, la guerra contra los jóvenes, la guerra contra
los animales, la guerra contra los pueblos y las clases sometidas, la guerra
contra la naturaleza, la guerra contra el futuro: y lo llaman “racionalidad
económica”.
La superstición consiste en
creer que de la lucha de todos contra todos puede salir otra cosa que la
destrucción de todo.
Jorge Riechmann. Fracasar mejor. Kaotica libros, 2024
[1] *Vale la pena recoger aquí
la reflexión de Philipp Blom: “El futuro se partió en dos hace una década, de
repente y sin aviso previo. En 2008 se dijo a ciudadanos de todo el mundo que
los grandes bancos, a los que todos les deben algo y con los cuales todos
tienen obligaciones de pago, se habían arruinado, que lo habían perdido todo de
una manera irresponsable, amoral y estúpida. Y después se les dijo que, para
ayudarlos a salir del apuro y evitar que todo el sistema se colapsara, había
que rescatarlos con el dinero que habían ganado en común los contribuyentes.
Millones de personas perdieron la casa, el empleo, el futuro. Ni un banquero
entró en la cárcel y sólo tuvieron que pasar pocos años para que los beneficios
y las bonificaciones fueran más altas que nunca. Conocemos esta historia, pero
subestimamos su fuerza emocional y moral, su atronador bramido. Se reescribió
el viejo contrato social, válido para todos: si trabajas duro y das lo mejor de
ti, entonces podrás comprarte algo, una casita, una lavadora, un coche… e
invertir en tus hijos. Ahora dice así: da igual lo mucho que te esfuerzas, lo
mucho que estudies, las horas que eches, lo mucho que te endeudes… El sistema
no trabaja para ti, le eres indiferente, sólo sirve para que los ganadores sean
inmensamente ricos, una especie diferente que vive según sus propias leyes. Los
demás, esclavizados por las deudas, ignorados por los medios, atontados con
drogas u ofuscados por una esperanza obstinada, son cada vez más pobres, más
dependientes y temerosos. Tú serás siempre uno de ellos. No hay escapatoria.” Philipp
Blom, Lo que está en juego, Anagrama, Barcelona 2021 (el original alemán
es de 2017), p. 91-92.
[2] *Qué sandez sostener que
“izquierda verde es una contradicción en los términos” (Francisco Soler Luque,
“La ecología política como paradigma ideológico autónomo”, EcoPolítica, 18 de diciembre de 2014; https://ecopolitica.org/la-ecologia-politica-como-paradigma-ideologico-autonomo/
)… Sólo puede hacerse desconociendo que la igualdad es el valor esencial para
la izquierda, y que igualdad y libertad se coimplican: por eso hablamos de igualibertad (con Étienne Balibar)… que
también es un valor esencial para la ecología política.
[1] Citado por Michael Löwy en L’étoile du matin –Surréalisme et marxisme, Syllepse, París 2000,
p. 65.
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